Husos horarios, burlas de la prensa extranjera a la siesta

Madrid

Se meten con la siesta primero porque no saben en qué consiste, y cuando lo saben, no tienen ni idea de cómo llevarla a cabo. Una vez estábamos en Vlissingen, un pueblecito de Holanda, con un chico muy joven de allí que comía con nosotros. Y nos levantamos de la mesa, todos nosotros, españoles (españoles además entre los que había independentistas gallegos y vascos, unidos por esa antigua pasión española de dormir). Nos levantamos, dijimos que nos íbamos a echar la siesta y el chico nos siguió, y cuando vio que nos metíamos en la habitación, y apagábamos la luz, se metió en la suya e hizo lo mismo.

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Él quería aprender a dormir la siesta, pero no se atrevió a meterse en nuestro cuarto. Entonces yo me tuve que levantar para ir al baño, y al pasar por el pasillo vi su cuarto en penumbra y la puerta arrimada. Como me pareció ver una sombra, llamé y entré. Y él estaba allí, a oscuras, sentado en la cama, fumando un pitillo. “Qué haces Michael”, le dije. “Siesta”. No sabía lo que era la siesta. No entendía nada. Estaba aturdido. Era un chico conmocionado. No tenía instrucciones de la vida española.

Ahí te das cuenta de lo ridículo que es todo. Porque le dije que lo que tenía que hacer era dormir. Ponerse el pijama, meterse dentro de la cama, llamar a sus padres para despedirse y poner el despertador para las ocho de la tarde, que a esa hora teníamos que seguir bebiendo. Él no paraba de mirar el reloj, desconcertado, diciendo que no con la cabeza. Para él supongo que era como morirse de forma voluntaria en medio del día. Que es una cosa que a mí me gusta muchísimo. No digo ya si puede ser todo el día. Pero que no es factible.

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Estoy a favor de la siesta de nuestros tatarabuelos, que se dormían en una mecedora con una moneda en la mano, y cuando la moneda caía en el suelo, despertaban. La siesta Pujol, la siesta Fraga. Cerrar los ojos una décima de segundo y abrirlos con espanto, como si estuviesen naciendo.