Mastúrbame masturbándote a ti
Reflexiones sobre hombres que quieren aprender de las mujeres para que el sexo sea aún más delicioso.
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Getty Images
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Madrid
Recuerdo perfectamente la primera vez que me acosté con un tío que se había tomado la molestia de dejarse enseñar. Nos vimos en un hotel al que entramos por separado. Tan solo había sido necesario un mensaje al móvil: “A tal hora en tal sitio, quiero follarte. Ven”. Allí me planté. Cuando compartes las mismas ganas es absurdo andarse con más liturgias.
Hay tipos que no creen saberlo todo de sus asuntos de cama por mucho que conozcan cada arruga de sus sábanas. Hombres que aprenden para que aprendas tú con ellos. Pollas que no se conforman con ser fabulosas por mucho que las desees… El señor casado dejó el listón de su esposa bien alto. Seguro que fue ella la que le enseñó a que no bastaba con cuanto trajera de serie y se tomó la molestia de enseñarle a tocar el piano. Ya que metes tus dedos aquí dentro, acaricia llamándome con ellos. Mastúrbame masturbándote a ti. Mírame a la cara para que me vea en ti; demuéstrame porque sigues con ella a pesar de gustarte serle infiel.
El polvo fue delicioso. Él pagó el hotel, nos besamos en la acera del Paseo de la Castellana, yo cogí un taxi y él se subió a una moto en la que jamás llevaba un casco extra. Nunca más. He seguido echando muchos otros polvos igual de buenos pero nunca más con él.
Que yo siga recordando aquellos dedos es más que suficiente. Y con que él recordara siquiera de qué color era mi vestido me quedo más que satisfecha. Sus dedos entraron como yo quería, bailaron un tango dentro de mí y escribieron su nombre en la lista de esos pocos hombres que de verdad merecieron la pena.
No hace falta ni siquiera repetir…