Falta de hospitalidad

Madrid

La hospitalidad, probablemente uno de los conceptos más antiguos y conmovedores de la humanidad, se ha convertido en el mundo de hoy en una falta grave que los gobiernos europeos quieren erradicar a toda costa.

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Las leyes de Dinamarca, por ejemplo, han multado con 3.000 euros a una mujer que cuando iba en coche vio una columna de hombres, mujeres y niños —refugiados desposeídos de todo— que caminaban por una carretera hacia la frontera con Suecia. La mujer, que casualmente trabajó en su día como defensora de los derechos del niño, paró el coche y recogió a una familia con varios críos. Primero les llevó a su casa para darles café y galletas y luego les transportó hacia la frontera. Por lo que se ve, unos 300 daneses hicieron algo parecido y los jueces están dispuestos a cumplir la ley y multarlos a todos, en mayor o menor medida. Lo que importa no es la benevolencia con que se aplique esa ley, sino la profanación que supone su simple enunciado.

Profanación no es una palabra religiosa. Significa deshonra, uso indigno de algo que se considera respetable y la ley debería entrar en ese apartado. El concepto de hospitalidad tampoco es un concepto religioso, más bien es una obligación impuesta a los humanos en la antigüedad. No se trató nunca de una virtud moral, sino de una responsabilidad. No se trata de ser hospitalarios porque somos buenos y tontos —una asociación de ideas que tanto gusta a los imbéciles malvados—, sino porque es una obligación del ser humano. Una de las más antiguas que se recuerdan y se reconocen.