Ni luz, ni taquígrafos

Madrid

Repaso el debate de investidura y las imágenes, las palabras, me afectan menos que mi incapacidad para procesarlas. No entiendo nada. Ni las lecciones de elecuencia de Rajoy ofreció a los españoles que somos muy españoles y mucho españoles, ni los cálculos aritméticos del candidato, ni el beso soviético de Iglesias y Domènech, ni el desaforado sex-appeal mediático de Rivera, que a este paso me va a costar una terapia. Doctor, ayúdeme porque el líder de Ciudadanos no me parece brillante, ni imprescindible, ni el mejor orador de España. ¿Tiene cura mi enfermedad?

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Nada tan misterioso, sin embargo, como las ofertas que han sucedido a las dentelladas. Después del estropicio, lo lógico sería pensar en nuevas elecciones, pero Podemos está deseando pactar, el PSOE ha anunciado que contestará a su llamada y Tardá ha afirmado, incluso, que si el gobierno dependiera de la abstención de ERC, el PSOE aceptaría el referéndum.

Si en efecto llegara a haber negociación por la izquierda, comprobaríamos el daño que han hecho Twitter y otras redes sociales, al fagocitar la teatralidad inherente al juego parlamentario para fabricar una ilusión en la que las apariencias son más importantes que la realidad. Ya no hay que pedir luz y taquígrafos, sino intimidad y penumbra. No hay pactos sin cesiones y ceder siempre es difícil. Pero en vivo y en directo, a merced de miles de opinantes anónimos, sin margen para meditar, para elaborar la propia versión, ceder es casi imposible. Y además, para lo que hay que leer, tampoco crean que perderíamos mucho.