No quiero que te corras
La Tana ha querido probar a dejar fluir la energía sexual por medio de las caricias.
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Getty Images
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Madrid
En la Edad Media pensaban que aquellas mujeres que tenían un pequeño espacio entre los incisivos, ese hueco que repasas con el dedo cada vez que te sonrío cerca, eran más lujuriosas que el resto. A mí el diastema en cuestión, me ha dado siempre un poco lo mismo. Me gusta que si te miro a la cara sonriéndote y bajando las manos a tu bragueta, recorras el pequeño huequito que tengo entre los dientes que en todo caso me da pie para confirmar que llegaremos lejos…
Querría que me dejaras hacer hasta el final sin que interrumpiéramos este momento, asumiendo lo que me va a costar no metérmela en la boca para relamerme de gusto. Quisiera acariciarte muy despacio, sin descuidar ni un centímetro de tu piel, recorriendo los pliegues de carne y mesándote el vello, llegando con la yema de los dedos por debajo de los huevos, descendiendo hasta los bordes de tu agujero. Acariciando tu piel y a través de ella todos y cada uno de tus sentidos sentimientos. Sonreiré para lucir el huequito de marras, corroborando que te deseo; sin esperar nada a cambio más allá de hacerte perder a ti el sentido, explorando cualquier muestra de placer.
¡No quiero que te corras!
Tomémonos el tiempo necesario para que estas caricias duren más de lo previsto. Explorando la envergadura de tu verga, la dureza de tu excitación, acariciándote la polla desde la base hasta el extremo con la yema de los dedos, con la palma de mi mano, acumulando la energía que recarga las pilas de esta relación.
Déjame que me sienta poderosa. Déjame que ni siquiera necesite que te corras para confirmarme que lo soy.