Francisco Pi i Margall

Llamada de la historia: Francisco Pi i Margall
06:15
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Madrid
No testé. No hubo testamento que descubrir, ni bienes que repartir. Estanterías llenas de libros, eso sí, y alguna que otra obra que no habían leído mis herederos: cartas dedicadas a la filosofía, a la religión, a la economía, a la sociología…En realidad mucho no habría que repartir aunque se me hubiese ocurrido dejar escrita la manera de hacerlo porque me negué siempre a cobrar lo que me correspondía por ex ministro y ex presidente.
No vine aquí a ganar de dinero. No de esa manera. Yo era filósofo, jurista, historiador y escritor. Lo de la política fue algo que surgió, no algo que yo buscase como objetivo de vida ni mucho menos como modo de vida.
Mi último acto político fue una conferencia en la que toqué el tema del clero, fue un éxito y los que me escuchaban me acompañaron hasta mi domicilio. Dicen que fue ahí donde cogí frío. No vamos a entrar en detalles escabrosos.
Pasemos desde el final hasta el principio: con siete años ingresé en el seminario, ese lugar al que teníamos que ir los hijos de familias humildes si queríamos ampliar nuestros estudios. Luego ya llegó la universidad, la filosofía, las leyes…todo pagado con clases que daba a chicos más jóvenes que yo.
Pronto empecé a publicar porque en realidad era un hombre de letras, y continué siempre estudiando mientras hacía de crítico de teatro y de publicista en banca. Lo cierto es que cuando uno escribe, cuando uno reflexiona, muestra sin querer y sobre todo queriendo, parte de que es, parte de lo que piensa y parte de lo que le parece lo correcto.

cadena ser

cadena ser
Y claro, lo correcto para mí no era lo ideal para otros y con mis primeras publicaciones llegó el primer despido y la renuncia a publicar todo el material que tenía. Con la Iglesia hemos topado, que diría aquel. Para seguir escribiendo, tuve que aparecer bajo seudónimo, pero pasado algo de tiempo, con la política bajo el brazo, pude volver a mostrar mi parecer…claro que terminé en prisión.
A la cárcel por pedir el establecimiento de la libertad de imprenta, de conciencia, de enseñanza y de reunión, entre otros aspectos. Demasiado moderno, demasiado avanzado, decían…y la consecuencia directa era la cárcel. Era 1854, claro, tampoco es que esté hablando de ayer o anteayer. Las ideas de libertad y de soberanía individual los ponían muy nerviosos…Tanto que fui candidato a diputado pero no salí elegido, y eso que parecía favorito. Error.
Fundé una revista llamada La Razón, pero también tuve que abandonar este intento. Me retiré entonces al País Vasco, y me enamoré, del lugar y de una mujer que fue mi compañera y madre de nuestros hijos.
No quiero aburrirles contándoles todas mis publicaciones, mis idas y venidas por distintas publicaciones, abiertas y cerradas por razones dispares: quedémonos en la anécdota, al menos en alguna, como aquel cuarto en la calle Desengaño, pegado a donde esta madrugada ustedes hacen su programa de radio unos cuantos años después…Pues ahí tenía yo un pequeño despacho, donde surgían una suerte de conferencias que hacían que la sala se quedase pequeña, poblando los pasillos y las escaleras los jóvenes, obreros e intelectuales, siempre pendientes de las nuevas ideas.
Estas ideas fueron prohibidas por el gobierno, y sentaron las bases republicanas. Y claro, imaginen dónde acabé…de la calle Desengaño a Francia. Me dio tiempo a salir de España antes de que apareciesen en mi vivienda a buscarme.
París siempre está bien, sirvió para reafirmar ideas, para escuchar corrientes similares, para saber que no era un loco aislado. En España mientras tanto, se derrocó a un dictador, se hizo salir a la reina, pero yo esperé a que este nuevo régimen, con ideas aproximadas a las mías, fuera fuerte, porque no me lo creía de entrada.
A mi regreso, directo al Congreso, acta de diputado y a recorrer España explicando lo que sería una república federal. En nuestro país, todas las ideas eran demasiado nuevas. Y para resumir: un general pone un rey, el rey abdica y llega un gobierno absolutamente novedoso y aparece mi nombre como ministro de Gobernación. En este puesto, al que llegué como decía al comienzo, casi por casualidad, tuve que frenar un intento de golpe de Estado, organizar unas elecciones y me dio tiempo a mi objetivo: presentar un programa de reformas.
Cuando el presidente dimitió porque la cosa estaba complicada para llevar adelante un gobierno de este tipo, fui nombrado presidente del Poder Ejecutivo. Entre las ideas que promulgué estaba la enseñanza obligatoria y gratuita, la abolición de la esclavitud, la reducción de la jornada de trabajo…Todo parecía encajarse poco a poco, pero costaba y los trámites legales eran muy lentos. Entre Cuba, los carlistas y el cantonalismo, llegó mi fin como político, al menos como alto cargo político, por decirlo de alguna manera.
Finalmente me dediqué a la abogacía y a la redacción de un libro La República de 1873. Y ya lo he dicho…

Adriana Mourelos
En El Faro desde el origen del programa en 2018. Anteriormente, en Hablar por Hablar, como redactora...