El sexo me hace feliz

El día que Mickey Rourke irrumpió en mi vida me temblaron primero las piernas y después lo que hay entre ellas, imaginándolo untándome lo que le diera la gana, con tal de que después también lo lamiera. Ella me gustó lo mismo y también para lo mismo. Hubiera repetido comilona, esta vez sobre su tripa. Que Kim Basinger te besara, sí que parecía gloria bendita..

El 21 de febrero de 1986 yo tenía 14 años. Me quedaban casi tres para perder la virginidad, descubría lo que era estudiar en el mismo aula con chicos y apenas empezaba a darme cuenta de lo que suponía estar con cualquiera de ellos. Fue fabuloso descubrir “9 semanas y media” y más hacerlo a oscuras, en un cine de pueblo, un sábado por la tarde con mis dos mejores amigas. Aquel estriptis mítico cumplió todas nuestras expectativas dándonos la bendición para pasar a palabras mayores.. Atreviéndonos a pecar inventando una nueva liturgia con la que no quedó otra que cambiar los diez mandamientos de nuestras camas.

Lo mejor de haberme pasado por la piedra a cuanto bicho viviente he querido es haber corroborado cuánta mierda había en aquellos dos meses de sexo que tanto revolucionaron nuestros 80. Que ella se alejara de toda la parafernalia con la que fue seducida me reconfortó. El sexo del que yo sabía estaba viciado por princesas de Walt Disney que se dejaban salvar por el príncipe de marras. Mickey Rourke era un cabrón con pintas, guapo y que parecía follar como un espartano. Dejamos de soñar con ser princesas para dejarnos hacer hasta con la miel, con lo pegajosa que es y lo mal que se quita. Aprendiendo también que el buen sexo tiene calidad cuando lo compartes con buena gente; la Rubia nos enseñó también a dejar a los chulazos.

Porque todo esto llamado sexo solo tiene sentido cuando te hace inmensamente feliz.