Populismo y democracia
Los líderes del descontento. Su aparición en el panorama político mundial es el síntoma de un desamparo
Madrid
Es probable que Donald Trump y Marine Le Pen lleguen al poder, pero lo es a menos que sea la solución. Su aparición en el panorama político mundial es el síntoma de un desamparo: el que el ciudadano medio siente hacia un sistema, el democrático, cuyas élites -el denominado establishment o la casta, en su versión podemita- se ha visto atrapada por un capitalismo globalizado y liberado de su compromiso, tras la caida del comunismo, de redistrubir la riqueza. Por contra, su acumulación en las manos de unos pocos -como ha demostrado el economista Thomas Piketty en su obra "el capitalismo del Siglo XXI"- acrecienta la desigualdad y por tanto ese desamparo. A él se añade el miedo a unos flujos migratorios que parecen descontrolados y a la aparición de virus planetarios que recuerdan a las plagas bíblicas.
En una democracia, el voto se convierte en el único medio por el que los ciudadanos corrientes pueden expresar ese malestar que se encargan de alimentar los mensajes populistas, simplificadores y reduccionistas. Los franceses conocen bien ese mecanismo que ya les supuso un "autosusto" cuando Le Pen padre pasó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Esta semana, otro economista, el controvertido Yanis Varoufakis ha denunciado que nos dirigimos hacia una versión moderna de los años 30, aquel tiempo osuro en el que la crisis económica alimentó el ascenso de los totalitarismos de izquierdas y de derechas. Su solución, más democracia que devuelva a los ciudadanos la manija de la toma de decisiones. Lo ha entendido Renzi en Italia y Cameron en el Reino Unido y, de hecho, Grillo y Farage han perdido su inicial consistencia.