Indecencias de cama

Madrid

Nos acostumbramos a vivir siguiendo los caminitos que marcaron otros. Dejándonos llevar, que es mucho más fácil, cumpliendo las normas sociales y el manual de buenas costumbres que desde la santa iglesia católica hasta el último de nuestros vecinos dictaron para el resto. El sexo solo ha sido la punta del un iceberg putrefacto. Se apropiaron de la decencia como si les perteneciera, pusieron los límites del bien y del mal, convencidos de que sólo sus criterios eran los buenos.

Sería infinitamente más fácil que no le pusieran puertas al campo. Tampoco diques al mar, que si algo tiene el refranero español es la suficiente literatura como para que encontremos la frase apropiada en el momento justo. Y quien hace la ley, hace la trampa. Será por eso por lo que al final perpetramos nuestras inmoralidades sin exhibirnos tanto como deberíamos; o al menos, tanto como deberían dejarnos...

Claro que veo porno; siempre que me apetece. Y me gusta escuchar los gemidos de esas comidas de polla que también me dan ideas para cuando se la esté chupando yo al que más me gusta. No me oculto de mis aficiones onanistas; que nadie se lleve a engaño, el cine porno solo sirve para hacerte una buena paja, pero no está bien que una señorita como yo, madre de familia, tenga perversiones más acordes a un hombretón, sudoroso y con camiseta de tirantes, que se planta delante del ordenador a matarse a pajas mirando a desconocidas en pelotas.

Las señoritas finas no se masturban, las señoritas finas no tienen amantes, las señoritas finas son tan finas que el sexo no les salpica. ¿Quién ha dicho que quiero ser una de esas señoritas finas? o mejor, ¿quién es el guapo o la guapa que va a obligarme a que lo sea?