Una verdad muy sencilla
En el seno del propio independentismo hay una enfermedad incapacitadora, que es el principio de contradicción. La burguesía convergente y el revolucionarismo de la CUP son dos siamesas unidas por la espalda
Madrid
En un dramático contrarreloj, el independentismo catalán trata de evitar su gran fracaso. Esfuerzos descoyuntados que se neutralizan unos a otros entre fuerzas a las que el process partió como un rayo. Dividida la CUP, separándose un poco más cada día lo que queda de Convergència y Esquerra, desmarcándose Junqueras de Mas, atrincherándose Artur Mas. Junts pel Sí, ya nada ‘junts’, es una especie de tragedia griega con un coro de lamentos de fondo procedente de la sociedad civil representado por esa Asamblea Nacional de Cataluña o ese Òmnium Cultural, donde supongo temen mezclarse la ira, la pena y el bochorno a partes iguales.
El intento de salvar por los pelos los restos del naufragio del process corre el riesgo de acabar en magna bronca, pero incluso si lograran una investidura in extremis, cosa muy improbable, si todo siguiera adelante según el plan previsto en la hoja de ruta. Todos, ellos y los demás sabemos muy bien que el árbol nace torcido y enclenque, sin raíces suficientemente fuertes, sin vigor en su sabia y en un entorno pedregoso. No es Madrid, es la propia sociedad catalana la que no le brinda los nutrientes necesarios. Y además, en el seno del propio independentismo hay una enfermedad incapacitadora, que es el principio de contradicción. La burguesía convergente y el revolucionarismo de la CUP son dos siamesas unidas por la espalda.
Bajando los tonos de la emoción, toda esta historia ofrece una lección muy básica. Es sencilla como una gota de agua. La fruta del independentismo no está madura. No sé si algún día lo estará, pero ahora no lo está. El fervor ciega a los devotos, pero esa hora aún no ha llegado. Hay una masa social potente a favor, sí, pero es insuficiente. Y no está en modo alguno articulada la herramienta política que permita convertir el sueño en realidad. Y sin esas dos palancas, el apoyo social suficiente y la máquina política bien engrasada, no podrá avanzar. El independentismo chocará con un muro infranqueable, y mucho antes de que Madrid o Europa aparezcan en el horizonte a poner pegas. Artur Mas es el símbolo de esa fervorosa ceguera que llega a medir mal los apoyos e interpretar mal las señales. Los visionarios, tanto en su acepción positiva como negativa, tienden a tener prisa, tienden a forzar las cosas para colocarlas a la altura de su impaciencia. Pero los tiempos de la realidad no son los tiempos de los sueños.