Star Wars: ¿La fuerza está en los veteranos o en los emergentes?
División en La Script ante el estreno del capítulo VII de 'Star Wars: el despertar de la fuerza'. La cinta de J.J. Abrams resucita ambiente de la primera trilogía de George Lucas. El resultado es un atracón de entretenimiento y nostalgia, pero ¿quién gana? ¿los nuevos o los viejos?
Misión cumplida: el encanto ochentero se ha recuperado
Madrid
Por MARÍA GUERRA
George Lucas debe estar que trina. Fracasó imitándose a sí mismo en la aburridísima, solemne y mega-digital trilogía que inició en el 98. Y ahora, J.J. Abrams – como buen discípulo- aventaja a su maestro y devuelve a La Guerra de las Galaxias aquel tono -entre aventurero y canalla - que tanta pasión ha despertado en varias generaciones.
El despertar de la fuerza es un regreso gozoso al humor chulesco de Han Solo. Desempolva sin rubor a los viejos personajes, retoma los gags que pasaron a la Historia, y se deja en el armario el galimatías anterior y el furor digital. Las arrugas de Harrison Ford y su media sonrisa surfean una vez más la galaxia, sin más pretensiones que volver a hablar de lo de siempre: el bien, el mal y los malos rollos familiares.
Esta séptima entrega parte con dos enormes bajas en el equipo: los abuelos Darth Vader y Yoda murieron en El Retorno del Jedi (1983). Con la humildad del artesano, Abrams ha articulado una historia muy sencilla en la que rejuvenece la familia con los solventes, pero todavía discretos, Daisy Ridley, Adam Driver, Oscar Isaac y John Boyega. Los jóvenes personajes quedan en un segundo plano, sin forzarles a decir diálogos pretenciosos, y los veteranos Han Solo y Chewacka cogen las riendas del equipo de novatos y les mete sin brusquedad en un universo que ya es parte de la biografía de millones de espectadores.
En su afán por no hacer chirriar los motores, Abrams incluso se somete a la estética retro-futurista de la primera trilogía. Sin dar explicaciones de ningún tipo, la nueva historia fluye por los viejos cauces y vuela en las naves de siempre. Lógicamente, un director que se considera a sí mismo hijo adoptivo de Spielberg y Lucas no se ha cortado a la hora de darnos una nueva dosis de corrección política y buenismo americano. La heredera del trono es mujer y los dos chicos buenos son latino y negro. Veremos si a partir de la próxima es capaz de mantener este ritmo entre jovial y nostálgico.
La fuerza del relevo generacional
Por PEPA BLANES
Diez años después volvemos a esa galaxia no muy lejana, que fue clave para una generación y marcó las siguientes. Una vuelta de la mano de un nuevo director, J.J. Abrams que vio en el cine de pequeño las películas de Lucas y que ahora hace suya, sin desvirtuarla, el Episodio VII. El contexto de esta nueva entrega ya no es el post Vietnam, ni la guerra contra el terror de Bush; sino de estabilidad global, una sociedad del riesgo, como definiría el sociólogo Ulrich Beck.
Si aceptamos que cada generación tiene una historia, como dice el eslogan publicitario de Disney, la de este nuevo Star Wars, es una generación que anda buscando nuevos referentes, nuevos héroes, nuevos líderes políticos. Un relevo generacional, al fin y al cabo, que también ha llegado a la propia saga y no solo con el cambio de director.
Es verdad que nos sigue seduciendo la sonrisa canalla de Han Solo (Harrison Ford) y nos produce respeto la princesa republicana Leia (Carrie Fisher), pero las estrategias militares y políticas de esta cinta las marcan nuevos personajes, como los de Oscar Isaac y los dos protagonistas de El Despertar de la Fuera, Daisy Ridley o John Boyega, dos héroes por sorpresa. Decía Hannah Arendt, en Entre el pasado y el futuro (1954), que en la política existe la superioridad del adulto que trata a lo nuevo como si ya existiera. Ahora, una mujer, un negro y un latino, tres de las comunidades que más se han reivindicado en estos últimos años de la Administración Obama, son los líderes de esta nueva rebelión frente al viejo poder opresivo.
Lucas siempre renegó de que su criatura fuera una cinta de ciencia ficción, más bien una historia de aventuras con clímax político, trasfondo filosófico y origen mitológico helénico que reflexionaba sobre la democracia, la corrupción, el poder y los límites del capitalismo. Mucho se ha discutido si Lucas realizó una crítica a las grandes corporaciones -aunque él fundó una en cuanto pudo-, si Star Wars es una saga progresista o conservadora o si es una metáfora de la redención cristiana. Sin embargo, la ausencia de Obi Wan Kenobi y de Yoda deja ausente el lado religioso de esta saga que mira mucho al pasado, pero crea sus propias dinámicas narrativas.
Abrams, director de Star Trek, de Misión Imposible III y de la serie Perdidos, como los hombres y mujeres de su generación no se mete en esos follones. Considerado más un sucesor de Spielberg que de Lucas, Abrams se despreocupa de la trama política y religiosa y se centra más en los guiños a los seguidores más nostálgicos, pero dejar atrás a los nuevos espectadores. Más centrado en la parte folletinesca de la historia, las relaciones padre e hijo.
El despertar de la fuerza nos muestra que la rebelión está presente en todas las generaciones, que el poder sigue siendo opresivo y que se necesitan nuevos líderes para evitar que el lado oscuro nos lleve a todos. Líderes, probablemente, con otras cualidades y otras procedencias, como la chatarrera incrédula, o aquel que se suma al cambio desde el bando de los malos. No hay ideologías, parece decir Abrams, sino una lucha contra el lado oscuro que dominan dos villanos.
Volviendo a Arendt, en cada crisis se destruye una parte del mundo, pero también construye uno nuevo. Abrams no es Lucas, ni pretende serlo y consigue crear un nuevo imaginario sin destruir el marco creado por su antecesor.