¿Una revolución en los fundamentos de la interpretación del cristianismo y del judaismo?
La figura de San Pablo, o Pablo de Tarso para los no creyentes, es increíblemente importante en el nacimiento y desarrollo de la religión cristiana. Hay muchos investigadores convencidos de que este personaje fue el verdadero fundador del cristianismo, y no Jesús de Nazaret
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El juicio del apóstol Pablo (1875), de Nikolai Kornilievich Bodarevsky, óleo sobre tela conservado en el Museo de Arte Regional, Úzhgorod, Ucrania / Nikolai Kornilievich Bodarevsky
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Madrid
Aunque esta cuestión es mucha más compleja de lo que se cree, ya que el cristianismo tiene varios “fundadores”, nadie puede dudar de la cabal importancia de san Pablo, pues del contenido de sus cartas --recogidas en el Nuevo Testamento-- depende sin duda gran parte de cómo vemos a Jesús y lo que siguió tras él.
SER Historia: Pablo de Tarso (04/11/2015)
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Según el consenso de diecinueve siglos, la teología de san Pablo es el producto de una “conversión” de su autor a una nueva religión, el judeocristianismo, o cristianismo a secas. Por efecto de tal “conversión”, Pablo declaró su renuncia completa al judaísmo. Se dice también que su interpretación de la figura de Jesús es el comienzo de la divinización de este personaje, y que su doctrina sobre la pérdida del valor de la ley de Moisés, como medio necesario para la salvación eterna no solo de los judíos sino de todos los seres humanos, supuso un desmoronamiento de esa ley y de la religión judía. Para san Pablo --se dice--, los judíos son merecedores de todo reproche porque fue el pueblo que asesinó al Mesías. Y como resultado colateral, muchos aceptan que la teología de san Pablo es el inicio del antijudaísmo, por lo que ha contribuido notablemente a la persecución de los judíos por parte de los cristianos hasta hoy día.
Ahora bien, desde 1960 se ha ido formando una interpretación de san Pablo que es totalmente divergente de lo que acabamos de manifestar. Se afirma hoy que su pensamiento ha sido mal entendido durante casi veinte siglos, que se ha olvidado que fue en realidad un judío de carta cabal, pero con un pensamiento muy abierto, y que la presunta “contribución” al antijudaísmo por su parte es totalmente ajena a su ideología.
La nueva interpretación del pensamiento de Pablo comenzó hacia 1960, oficialmente en suelo protestante, en Europa, con diversas figuras de teólogos protestantes como de Johannes Munck, profesor en la Universidad de Aarhus en Dinamarca y en el Princeton Theological Seminary de Nueva Jersey, de Krister Stendahl, investigador de los orígenes cristianos y obispo luterano de Estocolmo –los dos ya fallecidos-- y luego en Estados Unidos con Ed Parish Sanders, profesor en universidades de Canadá, Oxford y Estados Unidos, que aún vive. A estos pensadores se unieron rápidamente estudiosos judíos del cristianismo que percibieron la enorme importancia de lo que se estaba moviendo dentro del cristianismo mismo. Se planteaban enormes interrogantes: ¿Abandonó Pablo el judaísmo? O bien ¿se comportó siempre, incluso externamente, como un judío practicante? ¿Cómo debe entenderse, según Pablo, esa práctica del judaísmo? ¿Hay dos vías distintas de salvación, según Pablo, una para los judíos y otra para los paganos? O ¿es la misma?
Según la nueva interpretación, Pablo no abjuró del judaísmo, no lo abandonó jamás, sino que afirmó que había que vivirlo de otra manera “en el espíritu del Mesías Jesús”, que también era judío. El mismo Pablo lo dijo así con claridad, por ejemplo, en su Primera carta a los corintios al sostener que cada uno, judío o pagano, siguiera siendo lo que era tras creer en el Mesías. Y debía ser así, porque Dios le había prometido a Abrahán no solo que sería padre de los judíos y que estos heredarían la “tierra prometida”, Israel, sino también que sería “padre también de numerosos pueblos”, Si un pagano, al creer en Jesús como mesías, tenía que circuncidarse --es decir, convertirse en judío-- para salvarse, jamás Abrahán sería “padre de muchos pueblos”, sino de uno solo, el judío.
De acuerdo con esta noción, Pablo propuso otra idea revolucionaria para su época: la ley de Moisés no era un todo compacto, sino que tenía dos bloques. Uno eterno, el Decálogo, obligatorio para todos los hombres; y otro temporal y específico –la mayor parte de la Ley: la circuncisión, las normas sobre los alimentos y las leyes de la pureza—, que era de obligado cumplimiento solo para los judíos, aunque creyeran en Jesús como mesías. Y consecuentemente sostuvo que los paganos que creyeran en el mesías y cumplieran solo el Decálogo se salvaban igual que los judíos.
Por semejantes ideas fue Pablo perseguido por sus correligionarios. Muchos de ellos no podían aceptar que se concibiera la ley de Moisés de esa manera, relativizándola en parte, y que en la nueva “familia de Dios” hubiera paganos --que no eran hijos naturales de Abrahán-- que recibieran una promesa idéntica de salvación y de igual nivel que la del pueblo elegido. Que los paganos lograran un paraíso de primera clase era una idea abominable para muchos judíos: con esta nueva ideología se rompían en apariencia todas las barreras que habían separado a los judíos de los gentiles. Los primeros perdían, en apariencia, su identidad privilegiada en cuanto “pueblo elegido”.
¿Es la teología de san Pablo el inicio del antijudaísmo? No, todo lo contrario. Bien entendida es una de las mejores aportaciones al entendimiento entre judíos y cristianos hoy día. Si los cristianos hubiesen comprendido que quien les anunciaba al Mesías –Pablo-- y les prometía la salvación si creían en él y sin cumplir la ley de Moisés completa, seguía siendo un buen judío; y si los judíos hubiesen comprendido que al creer en Jesús como Mesías, al igual que los paganos, no tenían por qué abandonar el judaísmo según el mismo Pablo, habrían coexistido las dos religiones y se habría eliminado la principal causa de odio entre los miembros de ellas, hermanados –el que quisiera— por la misma fe en el mesías Jesús. Quizás no habría existido el holocausto.