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LA BANDA SONORA DEL MUNDO

Ella Fitzgerald y la bomba atómica

El día que Francia detonó su primera bomba atómica la cantante de Virginia grabó una de las mejores interpretaciones de la historia de la música

Ella Fitzgerald durante una actuación / GETTY

Ella Fitzgerald durante una actuación

El 23 de febrero de 1960, Francia detonó su primera bomba atómica en el desierto del Sáhara. Aquella explosión fue una exhibición de poder, de un poder terrorífico aunque tremendamente hipnótico. Las imágenes de ese hongo nuclear expandiéndose en el cielo esconden una belleza fría y cruel y son el símbolo de aquellos días, de aquel mundo capaz de destruirse a sí mismo.

La Banda Sonora del Mundo: Ella y la bomba atómica

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Esa misma noche, en Berlín, Ella Fitzgerald dio una exhibición de otro tipo de poder, de uno hermoso e incontenible. En apenas unas horas, el ser humano mostró el brutal contraste de su existencia. Capaz de destrozar el mundo apretando un botón y de rendirse a la belleza de una sucesión de versos y acordes. La explosión atómica no dura mucho más que los siete minutos de ‘How high the moon’, pero en ambos momentos parece que el tiempo se detiene. Como esa nube asesina que asciende al cielo lentamente, la voz de Ella, también sin prisas, se expande, muta, se alza para luego bajar hasta casi desaparecer antes de convertirse en una mágica ola de frases sin sentido. Al escuchar la voz de Fitzgerald, los demonios que cada uno alberga se alejan, también se callan. Escuchan. Aquella noche, en aquel Berlín que se reconstruía de otra tormenta de bombas, Ella Fitzgerald grabó la interpretación más intensa de su carrera. Convirtió un viejo éxito de jazz en un momento emocionante, especial. Aquel standard cantado miles de veces por cientos de artistas -también por la propia Ella- sonó esa noche como algo distinto. Ese tema manoseado surgió como algo único. Como una expresión total de la belleza que puede crear el ser humano. Ella no componía sus canciones, pero lo que cantaba lo hacía suyo. Lo firmaba con una tinta que brotaba de la sangre sus venas.

Esa noche nuclear, la cantante de Virginia estaba tocada, iluminada. Y por suerte, aquella velada fue grabada y editada en vinilo, dejando, como aquella bomba sobre el desierto, su huella en el tiempo. Cualquier cosa que Fitzgerald hubiese hecho esa tarde habría sido especial, pero hizo lo mismo de siempre, soltó algunas bromas, saludó y se dedicó a entretener al público. Un público noqueado por la fuerza de la cantante que quizá consiguiese olvidar que vivían en un mundo que luchaba por destruirse en siete minutos, los mismos que dura la interpretación más inolvidable de la música.

 
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