De nada vale el viento

Madrid

El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, repasó ayer en el Parlamento el estado de la Unión y la verdad es que no se mostró nada satisfecho. Se lamentó de la lentitud con la que han actuado los países de la Unión en la crisis de los refugiados y exigió que se actúe ya: se aproxima el invierno y no es posible dejar a miles de personas viviendo en tiendas, parques, estaciones de tren o playas. Europa tiene la capacidad y los medios para atender sus obligaciones y debe hacerlo sin excusas, afirmó.

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Pero Juncker no habló sólo de la obligación europea de acoger a los refugiados que huyen de la violencia en Siria, Libia o Eritrea. Pasó también revista a otros asuntos internos y llamó la atención sobre el hecho de que la crisis económica no ha terminado, ni mucho menos, sino que se encuentra simplemente detenida. Es verdad que algunas cosas han mejorado sustancialmente, señaló, pero “de nada sirve el viento cuando no se sabe a qué puerto se dirige uno”.

Para el presidente de la Comisión, ese puerto debe volver a ser el de la convergencia, una palabra que casi ha desaparecido del vocabulario de la Unión y que, sin embargo, formó parte de su discurso durante años. Convergencia entre los países miembros, pero también dentro de sus propias sociedades. Convergencia en la productividad y en la creación de empleo. Convergencia, es decir, confluir en un mismo punto, en la justicia social, en equidad fiscal, dentro de toda la Unión. Juncker parece tener claro hacia dónde orientar las velas, pero al mismo tiempo no dejó traslucir el menor optimismo.