Tenerte ganas
Esta semana La Tana nos cuenta cómo es cumplir años, en todos los sentidos
Me planté en los cuarenta sin darme ni cuenta; con un hijo de un padre empotrador que me sigue tocando el culo por el pasillo, curvas bastante más redondeadas de las que me hubiera dibujado nunca…
Y con toda la melena cubierta de canas.
Ya no recuerdo cuál es el color de mi pelo natural después de años escondiéndolo con rubios oscuros, castaños luminosos y todos los marrones del planeta. ¿En qué momento empezaron a existir tantos? Ya no se llaman marrones, cosas del marketing para encajar que nos hacemos viejas. Ahora son chocolate, café, avellana, caramelo y miel. Hay qué joderse… Con lo fácil que era escoger el marrón apropiado del estuche del cole.
Ahórrense por favor la explicación pseudipsicológica de por qué, a cambio, las canas de los hombres me fascinan. No tengo a ni uno solo en los últimos veinte años que no luzca mechones blancos; si hago memoria y repaso rapidito, puedo hasta recuperar el teléfono móvil de dos que lo tienen de un albar divino..
Juego con ventaja, eso sí; a mí me gustan hasta los calvos.
Nunca esperas que la cama pueda quedarte grande hasta que la ves inmensa. No piensas en el momento en el que puede que no te quede hambre por follarte a lo más grande. Después de años siendo la reina del mambo a horcajadas de quien estuviera, maldito sea el día en el que escoges que ni te toquen.
A cambio de asumir la canicie que ya no hay quien la pare, qué tal si hago mejor uso de toda esa gama de marrones. En vez de mujer estupenda, me quedo solo en hembra. Hembra de las que lamen el chocolate que chorrea desde el ombligo. Hembra de las que dejan regusto a café bien cargado. Hembra que cruje como una avellana cada vez que la empalan, de las que se relamen con los fluidos porque se me antojan con sabor a caramelo y miel.
(No me creo que en esas no vaya a tenerte ganas…)
