El limbo del presidente
El jefe de Gobierno de un país democrático, como es España, tiene un deber pedagógico y no debería permanecer impasible ante los intentos dentro de su propio partido de desestabilizar la democracia con operaciones grotescas
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Madrid
Mariano Rajoy es amigo personal del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, y del ministro del Interior, Jorge Fernández, con quienes mantiene una relación muy anterior a su nombramiento como presidente del Gobierno. ¿Con cuál de los dos estaba ayer de acuerdo? ¿Con el señor García Margallo, que pareció mostrarse hasta avergonzado de que alguien en su partido fuera capaz de calificar a Manuela Carmena de “peligro para la democracia”? ¿O con el señor Fernández, que se unió rápidamente a la propuesta de Esperanza Aguirre de crear un frente anti Podemos, que impida el acceso a la alcaldía de la jueza madrileña?
Con uno y con otro, sería la respuesta del propio Rajoy, dispuesto siempre a mantenerse en el absurdo, como si ese fuera el estado natural de las cosas. Pero el limbo no suele ser el mejor lugar de residencia de un presidente de Gobierno.
El jefe de Gobierno de un país democrático, como es España, tiene un deber pedagógico y no debería permanecer impasible ante los intentos dentro de su propio partido de desestabilizar la democracia con operaciones grotescas. Intentar mantener separado de las instituciones a un partido que representa un porcentaje muy elevado de la población española, de la población joven española, tomen nota, es un disparate. Ojala Rajoy tome pronto un café con su ministro de Exteriores.
Soledad Gallego-Díaz
Es periodista, exdirectora del periódico 'EL PAÍS'. Actualmente firma columnas en este diario y publica...