Ellos pescan, ellas cosen las redes

Madrid

José Mari lleva desde los 14 años en la cofradía de pescadores de Hondarribia. A los 69, todavía se echa al mar. A pesar de que hoy la vida del pescador es menos dura que entonces, ya que los barcos llevan caballos y remolques que tiran de las redes, este cuenta que los jóvenes no le toman el relevo. Y que la cantidad de pescado es cuatro veces menor que cuando empezó. "Hay que adentrarse mucho más en el mar para encontrar algo", cuenta el pescador. Luego tocará hilvanar las redes, rotas de la carga que han soportado. Pero de eso, tradicionalmente, se encargan las mujeres.

Ellos por la noche, ellas por el día. Ningún hombre ha sido redero en Hondarribia y ellas, con jornadas de hasta doce horas a la intemperie, cuentan con fama de cotillas. "Cuchichea más la gente de la calle", cuenta Pilar, con ese trabajo desde los 17 años. "Cosemos en invierno y en verano, al aire libre, haga el tiempo que haga. Cogemos muchas enfermedades comunes", anota la redera, que apuntala una malla de 700 metros cuadrados. En los últimos tiempos, con todo, cuentan con más ayuda de los varones, la cual agradecen. Y no es el único cambio que afronta esta vieja cadena de trabajo.

Mientras los jóvenes de Irún y Hondarribia viajan a otras ciudades a estudiar, los inmigrantes de África y Latinoamérica sí se echan a la mar. Con todo, y a pesar de su aportación, es una población que envejece. Las nuevas tecnologías, como los sonares que sí disfrutan los grandes grupos, se van de presupuesto para quienes poseen un pequeño barco. Las doce embarcaciones que se atisban desde la costa han llevado a tierra anchoas, berdel, chicharro y sardinas. La de José Mari, chipirones. Cuando el pescado llega a Irún, los ojos de los peces son todavía transparentes.