El éxodo que nunca existió
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Madrid
EL SECRETO DE MOISÉS
"Me llamo Fernando. Soy filipino. Me gano la vida limpiando el lugar donde está el Moisés". Así podría comenzar un reportaje del corresponsal de la SER en Roma, Joan Solés, con el que nos encontramos en el audio de la sección charlando con los que se encargan de la limpieza de San Pedro en Cadenas.
Una mañana de 1913 entró Sigmund Freud en esta iglesia a pocos minutos del Coliseo y tomó algunos apuntes ante el Moisés. Freud no siempre se sentía atraído por la pintura, y en cuestión de música, según los que le conocieron, tenía la sensibilidad de un molusco, pero la literatura y la escultura sí le estimulaban. Su prestigio en los años siguientes le hizo encabezar la lista de artistas, intelectuales y curiosos que habían buscado las razones de que Moisés fuera petrificado por Miguel Ángel como se presenta al espectador. Aquel "psicoanálisis" de la piedra está publicado y traducido al español, pero es más una prueba de la capacidad de Freud para la observación que de las intenciones del artista. Lo evidente es que está sentado, con el tronco de frente y la cabeza y la mirada vueltas hacia la izquierda; el pie derecho descansa sobre el suelo, en tanto que el izquierdo se alza apoyado solamente en los dedos. El brazo derecho está en contacto con las Tablas de la Ley y una parte de la barba, y el izquierdo reposa sobre el regazo. Sólo hasta aquí estarían de acuerdo las decenas de personas que juegan desde hace siglos a interpretar esta estatua.
Cuando cayó sobre él toda la tecnología actual de escaneo y digitalización en el primer año de este siglo, con el bautizado "Proyecto Moisés", se añadieron algunos detalles que confirmarían un apunte de la época que había despertado muchas dudas. Un contemporáneo anónimo del artista contó, tras la muerte del escultor, que había asistido al “milagro”, y que lo hizo en sólo dos días: “(…) al ir a verlo, encontré que le había girado la cabeza y que en la punta de la nariz le había dejado, cosa admirable, un poco de la mejilla con la piel vieja, que ni yo mismo lo creo, pues lo considero casi imposible”. Durante varios siglos este detalle se consideró una exageración provocada por la admiración hacia el talento del florentino. Pero por mucho virtuosismo que tuviera Miguel Ángel, la modificación que significó cambiar a Moisés, dejó pequeñas huellas en la estatua. Eran anomalías materiales impropias de un artista como él y los estudiosos comenzaron una búsqueda que acabó por explicarlas. Cuando se dibujó por primera vez a Moisés, el artista tenía 30 años y la estatua estaba pensada para que mirase de frente, pies juntos, como parte de varias estatuas más que se verían elevadas sobre la tumba imponente del Papa Julio II. El Moisés se esculpió y quedó a la espera de los retrasos que se fueron imponiendo por diversas razones. En el momento de tener que colocarlo aquí, habían pasado 40 años y a Miguel Ángel ya no le gustaba esa postura, era un contrasentido que Moisés mirara directamente al altar donde las falsas cadenas de Pedro simbolizaban para él una superstición absurda y contraria a su manera de pensar, la de un reformista que compartía el escándalo por los excesos de la iglesia.
Decidió entonces algo que sólo un genio como él podía plantearse: girarle la cabeza… y dirigirla a la luz que descendía desde una ventana abierta a la izquierda, luego tapiada. El rayo de luz que iluminaba sus “cuernos” al atardecer reforzaría la sugerencia espiritual del monumento. Pero no bastaría con eso. Moisés debía pasar de la actitud contemplativa a otra activa.
Su mente comenzó a trabajar en el cambio hasta hallar una respuesta a su inquietud. Ningún otro hubiera sido capaz de “mover” una escultura que ya estaba prácticamente acabada, sólo esa facultad suya para ver el interior del mármol lo hizo posible.
El cambio de la pierna izquierda condujo a esa actitud de movimiento congelado. La pierna doblada hacia atrás, está tan cargada de tensión porque el mármol esculpido con anterioridad no le permitía encontrar espacio para el pie como no fuera en una posición muy retrasada. Al cambiar la posición tuvo que ensanchar la rodilla, lo que creó el espacio del manto pesado del que surge el busto del profeta. La rodilla izquierda, al quitarle mármol de su lado exterior, le quedó mucho más pequeña que la derecha. Pero si uno no se fija, la vista es conducida por el pliegue de tela que la intercepta y la lleva hacia abajo, para que no perciba la diferencia de tamaño entre ambas rodillas.
En la parte superior se aprecia muy bien como resolvió la falta de mármol. La mitad derecha de la barba que antes era la parte central, conserva mucha potencia. Los mechones están esculpidos en todo su volumen, separados unos de otros, e incluso del cuello, hasta el punto de que se pueden meter los dedos en su parte posterior. En cambio, en la parte izquierda, donde ya no había mármol, la barba no sobresale, no es espesa y no se puede meter ni una uña. Para resolver el problema de la falta de mármol en la parte inferior de la barba, Miguel Ángel la trasladó toda a la derecha, confiando en el gesto apenas apuntado del índice, pero que en la realidad no podría tener las consecuencias que produce. Los mechones que descienden caudalosos desde el mentón se serenan a la altura de la mano que los intercepta, sin explicación posible. El único que desciende por el lado izquierdo se pega al tórax como si perteneciera a otra escultura.
También en el cuello se nota muy bien la escasez de mármol. En el lado derecho donde podía contar aún con el mármol del mentón barbudo original, el cuello se tuerce con una naturalidad que asombra. En cambio, en el otro lado, donde tenía que aprovechar el poco mármol disponible, el movimiento es más seco, atascado, muy poco natural, y el hombro izquierdo, terminado y sin mármol sobre el que trabajar, no puede seguir con lógica la torsión del cuello.
La asimetría de los dos cuernos, el derecho que apunta arriba y el izquierdo que se inclina, también se explica por el primer esbozo de la cabeza, donde el espacio de la oreja izquierda está excavado con mucha dificultad entre los mechones del cabello, mientras la otra oreja sale sin ningún problema por encima de la melena.
El talento de Miguel Ángel es tan asombroso que durante cinco siglos ha ocultado los detalles de este secreto.
- ESCRITO EN PIEDRA