¿Necesitamos otro iluminado?
Ridley Scott resucita la historia bíblica de Moisés con un despliegue técnico apabullante y con Christian Bale y María Valverde
Madrid
Ridley Scott se arroja a los leones de nuevo. A su estilo, a pecho descubierto. Hay que reconocer que al director inglés no le falta gallardía, pero sí sentido de la oportunidad. El resultado es ante todo anacrónico, porque este Moisés que sostiene Christian Bale con un esfuerzo titánico, no es ni un profeta ni un político. Es un atormentado con el resulta difícil sintonizar. ¿Por qué resucitarlo ahora sin darle un enfoque claro? Las dos horas y media son una clase de historia religiosa descreída y tibia. Le falta pasión.
Exodus se aleja del enfoque exclusivamente religioso y se centra en las dudas existenciales de un personaje que se debate entre su sentido de la responsabilidad sobrevenida por sus conversaciones con un dios niño y su racionalidad, que va abandonando poco a poco hasta acabar dominado por sus visiones.
Scott actualiza a Mosiés en los efectos especiales, pero no entra en el terreno político que sería mucho más interesante y fructífero, a pesar de que hace insinuaciones para todos los gustos: acusaciones de fanatismo, la espinosa vuelta de los hebreos a la Tierra Prometida y la posible hostilidad de las tribus nativas. Esa vaguedad bloquea la historia y a su protagonista, que vaga perdido por el desierto, entre desgracia y desgracia, sin transmitir al espectador la profundidad de sus angustias.
Como le ha pasado a Scott en las últimas películas, El Consejero y Prometeus, derrocha el talento de sus actores –Bardem y Fassbender , en este caso Bale- por culpa de un guion indefinido. Christian Bale defiende la tormenta interior de Moisés con más oficio que convencimiento. No hay química con el resto de los personajes: lejanía con Joel Edgerton (Ramsés) y antiquímica con María Valverde. El gran Ridley Scott anda perdido en su desierto particular.