El fútbol no es la guerra, pero su principio es formalmente el mismo
Cuando la sinrazón llama a nuestra puerta buscamos refugio en los filósofos, en José Luis Pardo

'El fútbol no es la guerra, pero su principio es formalmente el mismo'
01:53
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Madrid
Los presidentes del Deportivo y del Atlético lo dijeron de inmediato: esto no tiene nada que ver con el fútbol. Son gente que se cita deliberadamente para partirse la cara, y que escoge el fútbol como pretexto como podría elegir otro. Es lo corriente cuando hay un asesinato: todo el mundo se apresura a asegurar que el criminal no es de los suyos (había venido de otro pueblo, le habían echado del cuerpo…). En este caso, la doctrina es que de un lado está el fútbol, sana diversión y cultivo de los valores de la superación y del esfuerzo, y del otro la violencia, que habría que extirpar como se hace con un tumor maligno. Y aunque es evidente que los protagonistas de estos incidentes son una minoría mal socializada, el instinto al que obedecen es atávico y muy poderoso, mucho más viejo que el fútbol: es el mismo al que se rinden todos los que envuelven en una bandera su miedo y su impotencia y que, para acallar el estruendo de su dolor, se lanzan sobre el enemigo en un grito de guerra y de locura. Ya sé que el fútbol no es la guerra, pero su principio es formalmente el mismo, la rivalidad es su núcleo duro: la disciplina del deportista y el desenfreno del hincha son las dos caras de la misma moneda, y los principales valores de los que se alimenta el espectáculo son los de lograr la victoria por encima de cualquier otra consideración y disfrutar de ella, incluyendo en ese disfrute la humillación de los derrotados. Puede que se trate, como suele decirse, de una “válvula de escape” que evita males mayores, pero precisamente por eso constituye un juguete peligroso, que de cuando en cuando puede desbordarse. Sobre todo si, como en otros tipos de violencia, existe una tolerancia social que tiende a justificarla.