Un día en un mercado de Calcuta
Nos adentramos en el mercado de la tercera ciudad más poblada de la India
Calcuta
Otra gran experiencia. He recibido la primera visita - y creo que será la única - desde que estoy en Calcuta. A las ocho de la mañana aterrizó mi gran amigo Jaime - @jimmyfloid para los que me sigáis en Twitter o Instagram - y no dejamos ni que la pelota botase. Desayuno, ducha, entrega de productos Made in Spain y a darnos a las calles de la ciudad. Venía con ganas de conocer y yo tenía algún lugar pendiente.
¡Chófer, dirección Victoria Memorial, please! Yo ya lo había visitado, pero en aquella ocasión el interior estaba cerrado, así que como quedaba de camino hacia la verdadera experiencia, hicimos una parada.
Esta vez no sólo los jardines estaban abiertos. Pudimos acceder al interior. Todas las guías lo recomiendan y, sinceramente, os lo recomiendo si os sobra tiempo. Me encantan las edificaciones imponentes. Esta desde fuera lo es, pero siempre está con andamios y por dentro no me impresionó. Puede que algún entendido me reprenda pero, a mi me dejó igual. Bueno, con ciento cincuenta rupias indias menos.
Después de esperar un rato al Sol por el chófer, nos dirigimos al Puente Howrah - Rabindranath Tagore se llama ahora oficialmente -. Uno de los símbolos de la ciudad. El Old Bridge. Soporta un tráfico diario aproximado de ciento cincuenta mil vehículos y cuatro millones de peatones - no nos pusimos a contarlo, esto lo saqué de Wikipedia ahora mismo -. Nosotros fuimos dos de esa media y la foto lo demuestra.
La intención era dirigirnos al puente directamente, pero nuestro querido chófer - suena muy pijo, pero es que vamos con conductor del hotel, ya que es “imposible” moverse por aquí si no eres indio - hizo de las suyas. Nos llevó a otro puente primero y luego hizo honor a las famosas frases indias de “is coming” y de “two minuts”. Nunca está viniendo y nunca estará aquí en dos minutos… Es como cuando tú, desde el sofá, le preguntas a tu chica si le queda mucho, y te responde que “no, en cinco minutos estoy” ¡Sabes perfectamente que hasta dentro de una hora no saldrás de casa para ir a cenar!
Ya cansados del paseíto, nos bajamos antes de llegar al puente, en el mercado de las flores. Yo iba más tranquilo, ya que estoy acostumbrado a ciertas cosas que se ven aquí, pero Jaime no dejaba de preguntar si era seguro lo que hacíamos. Cruzamos la vía del tren cuando se abrieron las barreras y dimos a una calle, que muy buena pinta no tenía. ¿ Alguien recuerda una de las primeras imágenes de Oficial y Caballero, cuando unos amigos le atracan en un callejón? Algo parecido. Tras unos instantes de dudas, decidimos seguir adelante y nos metimos en el mercado. Cómo describirlo… Como ya dije hace unos días, las palabras y las fotos nunca harán justicia a lo que ven nuestros ojos.
Uno se imagina el Mercado de Abastos de su ciudad, donde hay floristerías también, con sus centros, sus ramos, sus cositas curiosas… Pensaba que sería así pero a lo bestia, y sólo fue a lo bestia. Si alguien ha estado alguna vez en el gran bazar, con infinidad de calles, pues que se lo imagine con espacios más estrechos, solo un metro entre una y otra fila de puestos para pasar y la misma cantidad de gente, algunos de ellos cargando sobre sus cabezas sacos enormes. Algún golpe me llevé en la mía con esos cargamentos. Casi todos los puestos eran iguales. Te encontrabas alguno de comida, haciéndola allí mismo, claro - por esa experiencia no paso -, pero el resto, todos iguales. Flores naranjas y amarillas, en montones o en collares. Nada diferente, todos igual. Cien, quinientos, mil… Todos exactamente con lo mismo. También había gente en el suelo sentada, a cada lado, deshaciendo una ramas, parecidas al laurel. También por todos lados, uno tras otros, iguales. Charcos, perros, suciedad… Todo abarrotado. No entraba un alma más, o eso parecía. Dejabas pasar a alguien en el pasillo que había, y te tocaba esperar un rato porque todos aprovechaban la oportunidad, a menos que metieras el codo y te hicieras de nuevo a la fila. Recuerdo un momento en que dije a Jaime si había visto una cosa, y me respondió: “Tío, es imposible verlo todo”.
Y es verdad, cada mirada te lleva a algo sorprendente y eso nos hizo disfrutar la experiencia. A diferencia de mi amigo, yo me oriento bastante bien, y no nos perdimos en ningún momento. Es más, llegamos al destino, que era el viejo puente y dimos un paseo por él… El río es otra cosa a destacar, pero os lo describiré en otra futura entrega, porque tengo una excursión preparada… sobre él.
Volvimos por otra ruta al punto de encuentro y vuelta al hotel. Una hora de camino ya que el tráfico a esas horas está en pleno apogeo. Viaje tranquilo para mi, no así para mi compañero, que no está acostumbrado a tanto claxon. Y es que si alguna vez lo habéis vivido, entenderéis de lo que hablo.
Me gustó ir acompañado porque así me reafirmé en lo que creía. Al ver su cara de asombro y sus expresiones en todo momento, vi que no exagero en lo que percibo. Es una ciudad sorprendente, una forma distinta de ver las cosas y de actuar. Un ritmo de vida aceleradísimo y es normal, porque si no es así, lo pierdes.