¿Lo reformamos o lo suprimimos?

Isaías Lafuente se pregunta por la utilidad de las instituciones.

Tres millones de irlandeses votan hoy en referéndum la eliminación del senado. Lo hacen a propuesta de un gobierno de coalición entre conservadores y laboristas que cree que su utilidad es escasa y su coste excesivo. Los argumentos podrían servir en España en donde el debate en torno a qué hacer con la cámara alta se repite cíclicamente, sin que se tome ninguna iniciativa al respecto.

En España el Senado es el jarrón chino de las instituciones. Es una cámara de segunda lectura legislativa, aunque esa segunda lectura no obliga al Congreso, que tiene mecanismos para eludirla. Es una cámara de representación territorial pero con funciones difusas y con una representación no ajustada precisamente a la población de las autonomías. Y además es una cámara sobredimensionada. Solo un ejemplo. En España cada provincia escoge el doble de senadores que cada estado en EE.UU. Soria, con menos de 100.000 habitantes, 4 senadores. California, con casi 40 millones, 2.

Parecería indiscutible que es inútil mantener el Senado tal y como está concebido. La cuestión es si merece la pena transformarlo o lo eliminamos directamente.