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Ladrones de tumbas

Ya en época faraónica, la cantidad de tesoros que albergaron las tumbas de los faraones nunca pasó desapercibida a los ladrones de tumbas. Reyes y arquitectos aunaron esfuerzos y conocimientos para buscar los sistemas de seguridad infalibles

Tumba saqueada ya en la antigüedad perteneciente a Pai y Raia en Sakkara, Egipto

Los saqueos de tumbas corresponden a períodos históricos enmarcados en el propio momento de los faraones y especialmente en épocas de crisis. Prácticamente la totalidad de las tumbas del Egipto faraónico han sido asaltadas y despojadas de todas sus posesiones. En muchos casos esto ocurría al poco tiempo de ser enterrado el propio difunto. Los sobornos a los guardias que custodiaban las entradas a las necrópolis estaban a la orden del día, cuando no se pactaba con el propio arquitecto para ir sin rodeos a donde se encontraba el auténtico tesoro.

Los primitivos ingenios de seguridad se debían simplemente a la propia estructura de la tumba. Los primeros sepulcros (mastabas) se limitaban a ser un pozo en donde se insertaba una cámara funeraria. En otras ocasiones los pozos eran obstruidos por un gran bloque de piedra que dificultaba la tarea.

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Poseemos algunos ejemplos curiosos en donde un corredor descendente se encuentra interrumpido por cinco lajas de piedra que fueron descolgadas por medio de cuerdas a través de unos huecos que provenían de la parte superior de la mastaba. La dificultad que encontraron los ladrones fue nula: no tuvieron más que hacer tantas aberturas como losas encontraron en su camino y acceder al sarcófago.

Tras algunos periodos de crisis los sistemas de seguridad se complicaron sobremanera. Aparece en la dinastía XXVI una edificación corriente en lo que a su disposición arquitectónica se refiere, aunque tremendamente atípica en su construcción. Está compuesta por una cámara sepulcral construida en el fondo de un ancho pozo, con un gran sarcófago, también construido de antemano en su interior. Este gran pozo se cubría en su totalidad de arena. El techo de la cámara estaba abierto por tres agujeros que contenían sendas tinajas de barro y que hacían de tapón para que la arena del pozo no se introdujera en la estancia.

El último hombre que saliera de la cámara rompía las tres tinajas que hacían de tapón de la arena, permitiendo así que toda la sala se llenara. Inmediatamente el hombre debía ascender por pozo lateral que luego era también taponado con arena.

 
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