Selecciona tu emisora

Ir a la emisora
PerfilDesconecta
Buscar noticias o podcast

Fernando Aramburu, escritor: "La opinión es lo más frágil e influenciable del ser humano"

El autor de 'Patria' publica 'Hombre caído', su vuelta al relato corto

Fernando Aramburu, escritor: "La opinión es lo más frágil e influenciable del ser humano"

Fernando Aramburu, escritor: "La opinión es lo más frágil e influenciable del ser humano"

00:00:0030:34
Descargar

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

Fresco y con ganas de conversar Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) afronta su primera jornada de promoción en un céntrico hotel de Madrid, vivo y bien vivo como quien diría después de que hace unos meses una noticia fake le diera por muerto en redes sociales. Aramburu está presentando su último libro 'Hombre caído' (Tusquets), 14 cuentos en los que cosas tan insignificantes como un trayecto en coche o la compra un juguete por eBay le permiten indagar en la condición humana a través de los grandes temas que nos atraviesan como la soledad o la muerte. Es su vuelta al relato corto después de más de una década, aunque como dice él es autor de un solo gran volumen de cuentos, que va publicando a lo largo de su vida por entregas.

Con 'Hombre caído' vuelves al relato corto utilizando lo cotidiano, incluso lo aparentemente insignificante, para para hacer un retrato de la condición humana e indagar en esos grandes temas que nos sacuden a todos. ¿Es la mejor forma de hacerlo?, ¿son esos pequeños momentos, esos pequeños detalles, los que permiten un mejor retrato social?

El retrato social no es algo que yo favorezca al escribir, pero sé que a la larga, ya solo porque uno maneje una cantidad considerable de personajes o porque entre unas historias ese retrato social va a salir de todos modos. A parte de que, como muy bien has explicado, mis relatos, como mis novelas transcurren en lugares reconocibles predominantemente urbanos. El punto central, es decir, la harina con la que yo hago todos mis relatos y novelas, es la condición humana. Es esta fascinación que a mí me producen mis semejantes. Es esa pregunta que yo ya me formulé chavalito y que todavía trato de responder que es cómo funciona la vida, cómo funcionan los seres humanos, naturalmente dentro de su diversidad. Si fuéramos todos iguales, la pregunta ya habría sido respondida hace mucho tiempo. Pero esta es una y otra vez la motivación principal de mis relatos, de mis novelas. Yo pongo a actuar seres humanos de distintas condiciones, sexos, edades, como en una partida de ajedrez. Los llevo, los traigo, los junto, los separo en una determinada época que normalmente es la misma que me ha tocado vivir a mí y en lugares distintos. Y con esto tengo suficiente para escribir mis cosas.

Te he escuchado en más entrevistas contar que desde que eras pequeño observas a la gente, que ése es el comienzo de cómo construyes los personajes que después protagonizan tus novelas. Después de tantos años de investigación, ¿qué es lo que más interesa?, ¿qué es lo que más te llama la atención del ser humano?

Bueno, verás, yo nací y de repente me di cuenta de que no estaba solo, sino que el mundo estaba lleno de semejantes, de distintas edades, formas, vestimentas, idiomas. No sé, esto me causó como una impresión muy fuerte y de alguna manera eso es lo que trato, es la nuez que trato de cascar continuamente. Agradezco esta afición mía por este interés por los demás, desconozco el aburrimiento, es decir, si no tengo nada que hacer en un momento determinado, estoy en la calle y yo me siento en una terraza, veo pasar gentes y no me limito solamente a mirarlas, sino que les atribuyo historias, nombres, orígenes y con esto me puedo pasar unos ratos estupendos. Esto convertido en texto, pues da lugar a los libros que yo ofrezco con cierta regularidad. ¿Por qué es esto así? No sabría decirlo. Lo que sí sé es que desde muy temprano ya era un recurso que yo utilizaba cuando tenía que ir a misa obligatoriamente para vencer el tedio. No hacía apenas caso a las palabras del sacerdote, pero me dedicaba a contar calvos, a mirar las orejas de la gente, hacía parejas, y esto me resultaba grato, me resultaba productivo. Y cuando escribo tengo la sensación de que vuelvo a ser ese niño intrigado por el hecho de que los demás también existen y tienen nombres y tienen una determinada nariz y hablan de una manera determinada, se enfadan, luego se besan, van, vienen, son soberbios, son humildes. Todo eso me resulta suficiente para levantar una obra literaria.

Después de 'El niño', novela inspirada en el trágico accidente de Ortuella, en el que murieron 50 niños en una explosión de gas en el colegio, vuelves al cuento. ¿Cómo surgen estas historias?

En mi caso, los cuentos que son fruto de un trabajo prolongado en el tiempo. Surgen de tres maneras. Una, porque tengo que contar el cuento porque se ha convertido en una obsesión, una pesadilla porque está interfiriendo en otras actividades, interfiriendo el proceso, acaparando espacio mental. Y entonces lo tengo que sacar, lo tengo que objetivar o porque la cuestión de que trata es preocupante. Está el cuento de encargo. Y cuando digo de encargo digo que me han encargado un cuento, no que me han dictado el tema ni las dimensiones. En todo caso, el plazo de entrega. Esto me obliga a idear una historia y hasta la fecha siempre lo he logrado y a veces cuentos míos que considero especialmente débiles, han surgido por un hecho fortuito, un encargo. Y la tercera manera, como a mí se me ocurren los cuentos, es por rachas. Tengo rachas de cuentista, es decir, un cuento me lleva a otro y entonces no es raro que me saque cuatro o cinco piezas y van quedando ahí y después vuelvo a ellas y cada cierto tiempo publico un libro de cuentos. En realidad, yo me considero autor de un solo libro de cuentos, salvo los de tema vasco. En un libro único del cual cada cierto tiempo doy una entrega. Por eso, cuando se me reprocha que los cuentos no tienen unidad temática, a mí me dicen estas tonterías y empiezo a bostezar, sabes?. Esta es mi debilidad, la de escribir a lo largo de mi vida, un solo tomo de cuentos. Pero no de golpe, porque además se va dando una evolución. Pero todo lo publicado ya lo doy por admitido. Hacía 13 años que no sacaba un libro de cuentos pero los cuentos no son una actividad secundaria para mí, todo lo contrario. Les presto toda la atención que creo que requieren y cada cierto tiempo hago una especie de antología. Es decir, que no todos pasan el filtro.

¿Cuáles se quedan dentro del cajón?

Cuentos que por alguna razón no me satisfacen, que no estuvieron bien resueltos, quizás no los escribí con el debido convencimiento y lo noto, que quizá cuenten historias solapadas con otras. La verdad es que, claro, pasa el tiempo y uno adquiere una perspectiva un poco más objetiva, y no todo lo que uno hace merece la atención de los lectores.

Utilizas el humor negro y lo grotesco para abordar esas miserias que sufrimos todos y dos temas muy importantes, la muerte y el sufrimiento. Son temas que no faltan en tu obra, y que están muy presentes en estos cuentos. ¿Por qué nos interesa tanto la muerte?

Bueno, la muerte está ahí, la muerte es inevitable y cuando uno adquiere el uso de razón, es un factor que tendrá siempre delante y ante el cual se tiene que definir lo quiera o no. Uno tiene ahí toda una paleta de posibilidades, de soluciones, como la religión, el descreimiento y el hecho de que todo conduzca a un final, como me ocurre con las novelas, que están concebidas exactamente igual como algo que conduce a un final. Esto da sentido a todo lo que uno hace y sobre todo la idea de la muerte, que para mí no conduce a un sentimiento trágico, sí no que permite o induce a una gestión de la vida. Si uno sabe que es perecedero tiene que jugar sus cartas de la mejor manera posible y valorar lo que realmente merece ser valorado. Quizá no perder el tiempo en discusiones innecesarias, en peleas. Quizá uno podría favorecer un poquito más el placer, ya que tampoco esto va a durar para siempre. Y claro, esto aflora también en mis novelas. No por nada, sino porque entiendo que la conciencia de la muerte obliga a adoptar una filosofía de la vida, lo quiera uno o no. Todos mis personajes están sometidos a este determinismo, particularmente en las novelas todo se tiene que definir con respecto a su condición pasajera. No hay otra, no hay escapatoria posible.

Un buen ejemplo de lo que estamos hablando es 'El suicidio de Richi Pardal', la historia de ese hombre deprimido que planea suicidarse delante de sus vecinos. ¿El humor te permite asomarte a lugares a los que de otra forma no te asomarías?

Es posible, de todos modos, el humor que yo practico no es exactamente el humor de comedia. A veces, se tasan mis obras de una manera que considero inexacta. Yo no busco la risa de los lectores, aunque si se da, tampoco me preocupa, sino que mi humor tiene ingredientes de crueldad o está combinado con sucesos de la vida, que normalmente conducirían a la pena o a la depresión. Entonces, en medio del duelo, introduzco algún tipo de comportamiento de reacción que no sería lo esperable en esa situación. En el cuento que has citado es lo mismo, ese señor Richi Pardal, un hombre con poca vitalidad y muy inútil y un estorbo en casa, es consciente de su debilidad y decide suicidarse. Pero en lugar de marcharse así a la primera, de tirarse al tren, un amigo lo convence para hacer de eso un espectáculo con el que tener unos ingresos que ayudarían a la familia, lo cual ya es una filosofía vital en este caso. ¿Dónde está el humor? No hay chistes en todo el cuento. Tampoco hay situaciones en las que el personaje se caiga en un charco o le den un tortazo en la cara. No, no es eso. Es que realmente su conducta no es la esperable. Y entonces entendemos que eso nos está induciendo a sonreír o a reír en una situación para la que no estamos predispuestos a la risa. Y en ese sentido sí que soy un poco cruel con los lectores por llevarlos a situaciones que realmente no son admisibles así como así. No es raro que algún lector se me enfurezca precisamente por esto.

Otro ejemplo es 'Culo subido', no me he podido reír más con ese yerno que está con su suegro demenciado viendo porno. Eso es muy divertido...

Ése es un cuento en el que efectivamente se están contando dos historias. Una es la que sería la superficie del cuento, donde una mujer culta tiene una obsesión física y el marido, de una manera muy cínica, le lleva la corriente. Y otra que es la historia profunda, que es la desavenencia conyugal que está insinuada, vamos a decir. Y también ahí hay un elemento de humor cruel. No, quizás no del todo explícito, pero ese marido aparentemente complaciente en una situación que es ridícula, pero que se puede dar. Sí, pues es marca de la casa.

Todos los cuentos tienen esa doble lectura. Por ejemplo, en 'Klaus', los protagonistas temen contagiarse del cáncer que sufre su vecino, es una actitud mezquina, que realmente esconde su imposibilidad de poder relacionarse con él...

Ese cuento es el más largo de todos, ahí se ilustra un comportamiento humano que me parece muy habitual. Este reparo que tiene el ser humano ante la desgracia, el temor de contagiarse, el temor de estar en contacto con la pena, con lo negativo. Pensemos en los leprosos que tenían que ir con la esquila anunciando su llegada para poder apartarse de ellos. Pensemos en situaciones cotidianas. Pienso que murió la mujer del vecino y intentamos no cruzarnos con el viudo en la escalera porque no sabemos qué decirle o porqué no se nos ocurre más que una fórmula convencional. Sí, creo que es bastante habitual, de hecho, que cuando alguien o una víctima de un atentado, nos lo han contado muchas veces, cómo se sienten aislados porque al principio se les da el pésame y luego ahí te quedas? No, porque su presencia evoca el dolor, la sangre, la enfermedad. Y vamos a decir que hay como un instinto en nosotros de evitar esto. Pensemos en uno de los textos predilectos de la historia de la literatura, que es 'La muerte de Iván Ilich', de Tolstoi, que va de eso también. Un hombre agonizante, buena persona, pero al que dejan solo precisamente porque está en una situación que nadie desearía tener o conocer para sí mismos. Y en clase pues ocurre lo mismo. Por cierto, ese es un cuento extraído directamente de una experiencia personal. Luego he inventado mucho, naturalmente yo no me puedo meter en la intimidad de los vecinos, pero conocí un caso parecido que me inspiró este cuento, que fue un cuento de encargo. Pero esto no es de mérito ni mucho menos, simplemente lo tenía que escribir.

'Hombre caído' de Fernando Aramburu

'Hombre caído' de Fernando Aramburu

'Hombre caído' de Fernando Aramburu

'Hombre caído' de Fernando Aramburu

Hablamos del dolor y del sufrimiento de tus personajes, pero es verdad que siempre, o casi siempre, intentas liberarlos de ese dolor o de ese sufrimiento...

Porque yo estoy a favor de la vida. Entonces, salvo en mis primeras novelas, cuando no dominaba el género y era joven y por tanto bruto, las terminaba con suicidio en la última página o con una crueldad. Con el tiempo he aprendido a serenarme y a reconocer otros matices. Entonces, me parece una guarrada llevar a los lectores durante páginas y páginas a un final desolador. Porque tampoco quiero yo un final con besos en la boca y violines. Así que hay un esfuerzo por idear un final que a lo mejor no es jocoso o no es muy alegre, pero tampoco es una negación de la vida. Casi siempre conduzco todo lo que cuento a una afirmación de la existencia, una pequeña esperanza, una luz, algo, algo que merezca el calificativo de positivo.

Es muy interesante como abordas el tema de la familia, las relaciones entre padres e hijos, las relaciones entre hermanos. Hace unos días el Cervantes homenajeaba a Carlos Saura, uno de los directores que más y mejor ha retratado la familia. Él decía que la familia es el primer paso a la corrupción. ¿La familia es el mejor marco para para hablar de relaciones y de nuestro propio yo?

Es posible, puesto que es raro no tener una familia y no hacer los primeros ejercicios de socialización dentro de la familia. La familia, desde un punto de vista teórico, puede ser una institución, pero desde el punto de vista de la realidad es mi madre, mi padre, mis hermanos, mis condiciones económicas, el lugar donde viví, mi época. Y es ahí, dentro de ese pequeño grupo humano donde uno hace sus primeras enseñanzas positivas y negativas, donde uno aprende a hablar, donde uno adquiere tal vez unas creencias religiosas, unos gustos, su primera alimentación. Todo esto determina de una manera esencial la vida de cualquiera. La presencia de la familia dentro de mis obras tiene que ver, quizá con uno de los temas que yo abordo con mayor frecuencia, que es la dificultad humana de establecer relaciones armónicas duraderas. En fin, nos enamoramos o nos caemos bien o decidimos vivir juntos y al cabo de un tiempo todo eso se va desgastando, se va rompiendo y eso a mí me afecta y me preocupa mucho. Lo tengo presente cuando cuando escribo y en muchos de estos cuentos es eso lo que cuento. Es esa dificultad. Iba a decir incapacidad, pero sería injusto. Esa dificultad de hacerlo duradero. El respeto, el amor, la amistad. Y tal vez por eso, sin que yo me diera cuenta una buena parte de los cuentos de Hombre caído están protagonizados por parejas, por cónyuges, por hermanos o por vecinos. Dos, a veces tres. Pero el hecho de que haya una pareja protagonista es algo que se repite en los cuentos sin que yo me hubiera dado cuenta de ello. Fíjate que en este sentido yo me considero un afortunado. Es decir, yo me crié en una familia estable. La idea de que mis padres no viviéramos juntos es algo que no ha pasado jamás por mi cabeza y no se produjo. Yo llevo conviviendo con mi mujer más de 40 años. Quiero decir que en ese sentido la vida ha sido generosa conmigo. Tengo amigos desde la adolescencia y quizá el temor de que esto no sea así, de que esto se rompa es lo que me hace plantearme historias que no deseo que me ocurra, pero de una manera me la saco de encima por la vía de objetivarlas en un texto. Es una sensación muy grata que tengo cuando algo me inquieta o me atemoriza o me preocupa, transformo en un texto, una historia, un cuento, un artículo y de alguna manera tengo la sensación de que lo he vomitado. Me he liberado de eso me da equilibrio.

Tus personajes son personas corrientes que están marcadas también por su propia condición de clase. No sé si uno acaba con el convencimiento a lo largo de los años de que hay cosas que la vida no se pueden cambiar.

Creo que uno tiene una capacidad limitada de cambiar o de cambiarse, quizá de cambiarse un poco más en el sentido de que uno va recorriendo las sucesivas edades de la vida y uno efectivamente puede estudiar, puede aprender, puede mejorar por medio la cultura del trato con los demás, pero lo que es la dirección del individuo hacia lo colectivo, ahí ya soy muy escéptico. Ahí es donde empieza mi suspicacia, mi desconfianza. Yo veo a políticos hablar y prometer y decir cosas como que van a mejorar la vida de la gente y eso a mí me parece que es una falsedad, porque la gente no existe, la gente es un montón, es un saco de cuerpos, no tienen un nombre. Si nos acercamos, vemos a la gente en lugar de hablar de ellas y de lejos, veríamos lo que vemos los escritores, vemos el destino individual, el nombre, la cara, la edad, la enfermedad, el dolor de cabeza, los problemas para llegar a final de mes pero no de una manera genérica, sino concreta, individual. Y por eso esto de cambiar la vida. Sí, bueno, vamos a decir que hay pactos sociales, como por ejemplo, que si un semáforo se pone rojo tenemos que parar y si no nos multan, no? Un poco de látigo también hay detrás de todo esto.

Hablas de los políticos, en alguna entrevista te he escuchado decir que no te gusta hablar de política porque te aburre...

Lo que no quiero y perdona que te interrumpa, pero esto es muy importante, estoy absolutamente decidido a que lo político, a que el debate ideológico no ocupe demasiado espacio en mi vida personal y, desde luego, en mi creación literaria. Porque ya empiezo a trabajar con ingredientes ajenos y eso no me gusta. Por supuesto que tengo ideas, pero vamos a decir que mis ideas están encima de un plato, sacadas de un bufé donde yo elijo lo que me parece conveniente o provechoso no solo para mí, sino también en mi convivencia con los demás. Partiendo siempre de un principio que es el único dogma que yo admito en esta vida, que es el respeto a los demás. Pero pasarme la vida comentando lo que ha dicho el ministro o el de la oposición, yo no tengo tiempo para esas bagatelas. Porque además me parece que estamos dirigiendo el foco de atención a algo banal, a lo trivial y a lo que no nos ayuda en absoluto y no nos lleva desde un punto de vista cultural, no nos lleva muy lejos. De hecho, pasan las décadas y esta gente que ahora está en las primeras planas de los periódicos diciendo esto con sus chanchullos y sus promesas y demás, desaparecen completamente y lo que queda es aquel poeta que en su día no conocía ni Dios, o aquel escritor que en soledad dejó de manera póstuma unos textos.

Esa idea me conecta con lo que explicaste a finales del año pasado, cuando dejaste tu columna en El País, que llevabas escribiendo varios años y que dejaste por falta de motivación, por falta de conexión con la situación actual. Dijiste algo así como que era como abrir un paraguas en medio de un huracán, ¿por qué te sientes un desplazado en tu época?

Yo tengo ya mis años y he hecho, como tantos otros, un esfuerzo porque no se me escapara el tren de la tecnología. Estuve en redes sociales, intentaba incorporarme a los inventos tecnológicos, a tener mi iPhone, a estar a la última en todo, a seguir las novedades literarias. Y terminé agotado y además, dándome cuenta de que mi relación con mi entorno, con el mundo era pura y exclusivamente narrativa. Es decir, que ocurría algo e inmediatamente había que responder con una opinión y la opinión desde un punto de vista del conocimiento. A mí me parece lo más frágil del ser humano y además es lo más influenciable. Y yo me daba cuenta de que opinaba cosas a partir de información o de artículos que habían escrito otros. Es decir, que me estaba convirtiendo en un grano de un racimo, vamos a decir. Y eso no me apetece por una razón que viene de una promesa de la adolescencia. Y es que yo quiero que mis textos contengan mi verdad personal. No, la verdad. Eso no sé que es, una verdad igual para todos. Yo creo que no, pero sí mi verdad personal, mi autenticidad. Yo creo que aunque yo le diga a un amigo un insulto, una trola o le diga una mentira cuando escribo o no, cuando escribo, yo quiero estar ahí, entero y verdadero. Particularmente cuando comparto mis textos con posibles lectores. Y entonces me daba cuenta de que no estaba a gusto, es decir, que dedicaba tiempo a la busca de un tema, buscaba un tema, buscar un tema cada semana. Hombre, si uno tiene dificultades para llegar a final de mes yo entiendo que asuma este tipo de tarea. Yo he escrito sobre fútbol, he escrito sobre cuestiones que ni me iban ni me venían, pero necesitaba urgentemente unos ingresos. Afortunadamente no lo voy a ocultar, ya no tengo esa necesidad. Entonces, ¿para qué voy a introducir en mi vida una actividad? No solo que no me complace, sino que tampoco me permite ofrecer a los demás gran cosa. Además, yo no soy periodista. Claramente yo no tengo esa agilidad, esa rapidez que tienen los periodistas para despachar un texto en un momento. Yo compongo los artículos. Mis artículos eran sonetos disimulados, vamos a decir, pero lo digo como autocrítica. Y así no se disfruta de la vida. Y además, y eso es muy importante, es simplemente personal. Yo vengo de ser un chaval muy nervioso y faltón y gamberro a ser un señor que ha logrado gracias a los libros y a la meditación y al contacto positivo con los demás, lo que yo llamo serenidad y no quiero perderlo. Y el mundo actual no va en la senda de la serenidad, sino de la prisa, de la discusión, de la crispación, del zasca que está muy de moda y consiste en rebatir a otro pero al mismo tiempo cambiándolo. Ese no es el concierto en el que yo quiero estar tocando mi modesto instrumento.

Estás hablando de los años, del paso del tiempo, de ese camino hacia la serenidad. ¿Cómo ha ido cambiando tu mirada a lo largo del tiempo y de los años a la enfermedad y a la vejez?

Bueno, quizá hay un cambio. Tampoco es que me analice yo todos los días. Noto, y lo noto leyendo a otros que finalmente se ha ido imponiendo en mí, una especie de compasión por los demás, pero no compasión en el sentido de una mirada de arriba abajo, sino de realmente de participación activa en la compasión de los demás, compasión que es dolor, pero también es exceso, fanatismo. Si me asomo a la ventana y veo esa especie de jardín de las delicias de gente yendo de un lado para otro y pienso dentro de 30 años no queda ni uno aquí, y sin embargo están ahí, obsesionados por cosas pasajeras, no? En lugar de disfrutar del sol de la mañana o de dar un abrazo. Y nos implicamos a veces en discusiones domésticas que son absolutamente improductivas, que te rompen el día y no te llevan a nada. Eso, eso he aprendido. Pienso en César Vallejo que es un poeta predilecto que escribe un poco desde desde esa pena que le daban sus semejantes, no el pobrecito, el cadáver que hoy sigue muriendo. Eso se ha establecido. Me lo noto por encima de cualquier acervo ideológico o religioso.

Lo dice uno de tus personajes en el cuento que lleva por título 'Dilema', "cuando se derriban las paredes del disimulo se descubren las verdades escondidas". ¿Despojar a tus personajes de cualquier impostura, de artificios nos hace sentirnos mucho más identificados con ellos?

Es que no tienen escapatoria. Porque ellos hacen, piensan, sienten lo que yo les dicto y entonces los parto como una nuez. Y quien lee les va a ver hasta la última rueda catalina de sudor, de su interioridad, de sus obsesiones, de sus miedos, de lo que quieren, lo que no quieren, de sus trampas. Todo esto lo permite la literatura, la vida no lo permite. Vamos todos peinados y maquillados por la vida usando esas fórmulas retóricas que se ponen de moda pero la literatura sí que nos permite cazarnos vidas ajenas, ponernos en el lugar de otros. Por ejemplo, en este personaje que tiene que decidir entre atropellar a un anciano o un niño, se para el tiempo y hace toda una serie de reflexiones racionales, pero en el fondo lo que le preocupa es que su hija le ha dicho una cosa muy fea. Y termina con su sensación de culpa todo esto. ¿Cómo vamos a saber lo de los demás?. Es tan íntimo, tan privado, está tan unido al núcleo de esa persona en concreto. La literatura, la ficción, digo, la ficción no me gusta la palabra, mentira, sí que nos permite la sensación de entrar ahí, al fondo del otro. No es una ilusión, pero es una elección coherente y a poder ser creíble.

 

Directo

  • Cadena SER

  •  
Últimos programas

Estas escuchando

Hora 14
Crónica 24/7

1x24: Ser o no Ser

23/08/2024 - 01:38:13

Ir al podcast

Noticias en 3′

  •  
Noticias en 3′
Últimos programas

Otros episodios

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Tu audio se ha acabado.
Te redirigiremos al directo.

5 "

Compartir