Existir con prisa
"Cómo no extrañar los días que no tuvimos a donde ir, ni mucho que hacer, y creímos rozar el sentido de la vida"

Pasaron muchas cosas en estos cinco años, cuando la pandemia lo cambió todo. Lo cambió tanto que al poco tiempo volvió a ser todo como siempre. Pero aún peor, a más velocidad. Nunca fue tan difícil vivir sin prisa, arrojados a la pura acción, a ir de un lado a otro, de una tarea a la siguiente, y pese a ello nunca acabar del todo. La existencia ya solo puede ser delirante y desquiciada. ¿Cómo podríamos no sentir estrés? La prisa está siempre en el aire. No la haces desaparecer respirando profundamente, o poniendo la mente en blanco, o diciendo «Que esperen». Si se acaba, hay más, o es que no era prisa. Cómo vivir sin acelerar, sin cargarse con otra ocupación, sin miedo a llegar tarde, a dejar escapar una oportunidad, a que pase algo horrible si te entretienes sin querer. La respuesta es que no se puede. Cuando no tienes prisa, y actúas con una admirable, escandalosa e irritante calma, alguien, en realidad, la está teniendo por ti. El truco es burdo. Yo lo vivo a diario con mi hija, que nunca acelera el paso empujada por el reloj, gracias a que voy yo cumpliendo con mi prisa y la suya. Tiene una extraña relación con los últimos minutos, incapaz de diferenciarlos de los primeros o de los del medio. Pocas expresiones la dejan tan indiferente como cuando consulto la hora y le grito «¡Apúrate!», «¡Rápido!», «¡Es tardísimo!». Qué envidia. Cómo no extrañar los días que no tuvimos a donde ir, ni mucho que hacer, y creímos rozar el sentido de la vida.