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"Queda imaginación y queda mucha gente valiente dispuesta a llevarla a la práctica. Íbamos a salir mejores... y lo logramos"

Nerea Pérez de las Heras reflexiona sobre la apertura de espacios esperanzadores, feministas, en un mundo cada vez más gris

Madrid

Hace algunos años investigando para mi podcast Lo Normal, que es de contenido LGTBIQ+, conocí a un grupo de mujeres que estaban hartas de trabajos precarios, de encontrarse solas ante un imprevisto económico o de salud o de lo más previsible del mundo que es la vejez, de no saber cuándo sus caseros las iban a echar o subir el alquiler, de no poder hacer planes de futuro. Estaban hartas de lo mismo que está harta la mayoría de la gente que nos está escuchando ahora, solo que ellas decidieron actuar. Se organizaron para montar una cooperativa de vivienda. La Morada la llamaron.

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Íbamos a salir mejores y... lo logramos

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La fundación La Dinamo compró un solar y mediante una convocatoria abierta se lo cedía a La Morada durante 60 años prorrogables a 75. Cada cooperativista ponía una cantidad de dinero, bastante menor de lo que cuesta la entrada de una casa.

Sacaban el suelo de las manos privadas y lo destinaban a la vivienda. No eran casas para especular ni para hacer alquileres turísticos, ni para que las heredaran los sobrinos, sino casas para vivir. Y no para vivir de cualquier manera sino en comunidad, con algunos espacios compartidos y un compromiso de ser vecinas en el sentido tradicional de la palabra. Tú me paseas al perro, yo te recojo a los críos de judo, si hago crema de calabaza de sobra es para toda la escalera, si te dan los vértigos no te preocupes que me tienes en la puerta de al lado.

Cuando me hablaron de este proyecto por primera vez, me pareció irrealizable por demasiado utópico ¿Cómo iba a prosperar este lesbiátrico de ensueño en un mundo tan salvaje e individualista como el nuestro?

Hasta que hace unas semanas lo vi con mis propios en Barcelona en el barrio obrero de Roquetes. Ahí estaba la Morada, en todo su esplendor de geranios, pucheros y vecinas sin miedo a los caprichos de un casero, a las gestiones de una lesión o una enfermedad o a la soledad de la vejez.

Después de seis años de muchas asambleas y de mucha burocracia ya se puede pasear por este edificio moderno y sostenible en el que hay placas solares, espacio para que jueguen las criaturas y trabajen las autónomas, dos lavadoras, un par de cajas de herramientas y un paddle surf todo a compartir porque pará qué más. Y es como pasear por el mejor de los futuros posibles.

Yo cuando oigo hablar al tirano chantajista de Estados Unidos, que últimamente es todos los días, me acuerdo de esta corrala futurista y sus vecinas, me acuerdo de que existen muchas parecidas que se llaman Entrepatios o Travensol. Y respiro aliviada. Y he pensado que en estos días tan grises en todos los sentidos, seguro que hay alguien ahí fuera que necesita oír esto. Que queda imaginación, que queda mucha gente valiente y obstinada dispuesta a llevarla a la práctica. Que íbamos a salir mejores pero nada, fuera el “pero”, íbamos a salir mejores y de tanto intentarlo, de tanto inventar, se cansó de nosotras hasta el condicional y logramos salir mejores.

 

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