Déjese fluir: la teoría del ‘flow’ cumple medio siglo
La teoría del ‘flow’ explica por qué participamos en actividades que nos definen como humanos, sin aportarnos beneficios materiales, y en estados de gran concentración mental

Little blonde girl learn to play piano and sing with her young unrecognisable female teacher or mother at home. / Olga Rolenko

Si le gusta tocar el piano, escalar o bucear en un arrecife infestado de tiburones con plena concentración, puede ser que esté atravesando un estado de flow: el fluir.
La teoría del flow es una de las teorías de la motivación más cautivadoras, por su enfoque radicalmente distinto a otras de corte conductista y su riqueza en matices. Esta dice que participamos en algunas actividades por el refuerzo placentero que nos produce experimentar el vibrante estado de flow, un estado de tan alta concentración que nos aislamos del mundo, fluyendo con nuestros pensamientos y emociones. Fue propuesta por el psicólogo estadounidense de origen húngaro Mihály Csikszentmihalyi en 1975.
Algunas de estas actividades no suponen un beneficio material e inmediato, pero nos hacen crecer como seres humanos. Otras, simplemente, ocupan nuestro valioso tiempo, definiendo nuestra personalidad, gustos e intereses.
La teoría del flow se ha empleado con éxito en campos tan dispares como el diseño, la educación, el trabajo, el deporte o el ocio, entre otros muchos. Lo mismo explica que desarrollemos una adicción perniciosa a TikTok como a lecturas de calidad, como The Conversation.
En busca del equilibrio
Al igual que otras teorías psicológicas del “self”, como las de la autodeterminación y la autoeficacia, la teoría del flow se interesa por la subjetividad de las experiencias. A diferencia de ellas, su principal postulado dice que cuando participamos en experiencias óptimas, es decir, aquellas en las que percibimos un equilibrio entre las capacidades que creemos tener y los retos que pensamos enfrentar, quizás experimentemos un estado psicológico placentero llamado flow.
Este estado nos hace desear practicarlas de nuevo, aunque las hagamos objetivamente mal. La teoría recibe ese nombre tan sugerente porque las desarrollamos de una manera fluida, sin esfuerzo aparente. Si notamos esfuerzo, investigaciones recientes dirían que entramos en estado “clutch”, como atletas de élite que practican salto de altura.
El flow cumple medio siglo
Cuando se cumplen 50 años de su nacimiento, estudios de tipo cualitativo y, después, procedentes de la llamada psicología positiva, han intentado capturar la esencia de este estado psicológico volátil y esquivo. Sin embargo, es complicado, ya que se caracteriza por al menos 63 dimensiones.
Algunas de ellas podrían ser perder la noción del tiempo, de nuestras necesidades personales, de las de los demás y hasta del contexto, pero, sobre todo, el estado flow se caracteriza por una alta concentración. Hay quienes le encuentran semejanzas con estados alterados de consciencia.
Seguro que a la mayoría de ustedes les resulta familiar esa sensación, o si no, algunas de sus antagonistas, como el aburrimiento y la ansiedad. Sin embargo, no todas las personas son capaces de experimentar flow, o pueden hacerlo con distintos niveles de intensidad. Algunos autores, como Christian Swann, consideran que habría que revisar en profundidad la teoría, precisamente por estas indefiniciones.
Actualmente, hay una nueva corriente en investigación interesada en conocer las señales fisiológicas que identifican y anticipan tanto el estado de flow individual como el grupal. En estos trabajos se han empleado técnicas diversas: neurológicas, cardiacas, hormonales, eléctricas cutáneas y musculares.
A pesar de que, en sus inicios, esta teoría no era proclive a estudios de corte fisiológico por considerar que las personas no son “roedores en un laberinto”, pruebas neurológicas muestran cómo las zonas cerebrales identificadas con el placer se activan cuando las personas están en flow. De esta forma pretende determinarse el instante preciso en el que lo experimentamos, o no, y su intensidad.
No obstante, hay quienes opinan que estos estudios se caracterizan por su corta duración y contextos artificiales, desarrollando tareas poco complejas intelectualmente, en algunos casos. Y si algo caracteriza al flow es, precisamente, su complejidad.
36 clases de diseño y robótica
Ante esas críticas, en una investigación reciente, varios grupos de personas capaces de experimentar flow asistieron a 36 clases de una hora sobre diseño gráfico y robótica artística en una escuela rural. Todas usaron bandas deportivas cardiacas de precisión y respondieron a cuestionarios para evaluar los niveles de flow al final de cada lección. Cada cinco minutos, se medían hasta 40 parámetros cardiacos que demostraron una alta concordancia con los niveles de flow reportados. Bien para la teoría del flow.
Sin embargo, la sorpresa fue mayúscula al observar que según avanzaba la tarea, la correlación entre las señales cardiacas y lo reportado por las personas disminuía, cuando debería ser al revés. Más aún, considerando que podían abandonar las clases libremente, nadie se marchó a pesar de que tuvieron lugar lecciones donde no verificamos flow. El estudio sugiere que los participantes no se fueron ante la simple expectativa de experimentar este fluir.
En definitiva, el flow es una fuerza tan poderosa, una necesidad tan acuciante, que puede ser suficiente con pensar que podríamos sentirlo o simplemente percibirlo en quienes nos rodean, para motivarnos. Aunque las actividades que practicamos no supongan una ganancia material e incluso en ocasiones impliquen pérdidas patrimoniales y vicisitudes, no participamos en ellas por amor al arte, sino por amor al flow.