Antología del disparate

El disparate vive una auténtica edad de oro. El disparate prolifera y triunfa. Pero, como en todo, hay categorías. En el nivel más pedestre encontramos el disparate tradicional e inofensivo. Ahí están, por ejemplo, los que creen que Elvis Presley sigue vivo (a sus 90 años) y disfrutando en alguna playa remota. Y los convencidos de que hay extraterrestres entre nosotros. A veces veo o escucho a según quién y siento la tentación de sumarme a ellos: es verdad, circulan por ahí auténticos marcianos. Subiendo un escalón tenemos a los terraplanistas y a los que niegan que el hombre pisara la Luna. Si no dan mucho la lata, pueden ser hasta simpáticos. Más arriba, la cosa se pone cruda. Los antivacunas no se limitan a refocilarse en el disparate: poco a poco van consiguiendo que vuelvan enfermedades prácticamente erradicadas, gracias a las vacunas, como la polio, el sarampión o la tosferina. Además de tontos, son malos. Ya en puestos de honor tenemos a Donald Trump, en sí mismo toda una categoría del disparate: propuso inyectar lejía como cura para el coronavirus, afirma que Ucrania invadió Rusia o que los inmigrantes se comen al perro del vecino, pone y quita aranceles cada vez que come una hamburguesa y, lo más grave, cree que es listo y guapo. En el mismo nivel, más o menos, sitúo a los españoles oprimidos por la dictadura bolivariana del sanchismo y al señor argentino de la motosierra. Y luego, mandando en la clasificación del disparate, está esa gente que dice que el feminismo ya ha ido demasiado lejos.

Me llamo Enric González. Les deseo un feliz 8 de marzo.