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Miguel Gomes: "El cine es un punto de encuentro, pero hay que evitar que acabe siendo un pequeño dictador"

El director portugués estrena ‘Grand Tour’, un bello y apasionante viaje de aventuras que es un canto contra la colonización

Fotograma de 'Grand Tour'

Fotograma de 'Grand Tour'

Madrid

Hacía décadas que un director portugués no entraba en la sección oficial de Cannes. Lo consiguió el pasado año Miguel Gomes, uno de los autores lusos más interesantes, que se coló en el palmarés con GrandTour, una bellísima historia de búsqueda, de aventuras y de amor, en el contexto de la colonización. Estamos en 1917, los países occidentales se han repartido el mundo sentados en un despacho y rehaciendo con escuadra y cartabón un nuevo mapa mundo. En ese contexto, nos sitúa la historia de Edward, un funcionario del imperio británico que huye hacia Rangún, Birmania, el día de su boda. Poco después, su novia Molly parte en su búsqueda, tratando de hacer el mismo itinerario a través del continente asiático. “Es la historia de una obsesión”, nos dice el director que acudió a la pasada Seminci.

La idea parte de una historia que leyó en una novela. La de una mujer a la búsqueda de su pareja. Una anécdota, reconoce el director, que le permitía hablar de muchas más cosas. “La historia nació de un libro donde estaba el relato de esa pareja, era un punto de partida, casi una anécdota sobre las relaciones. Pero además de esa inspiración, hay todo un imaginario que viene de la literatura, del cine”, reconoce. La película recorre varias países y utiliza la voz en off en diferentes idiomas, algo que ya realizó en su anterior filme, Tabú. Entre esos idiomas no está el inglés, la lengua del colonizador.

“Me parece divertido, si hoy honesto, que los ingleses en la película hablen portugués. Claro que hay una dimensión política en eso, porque el inglés continua siendo la reina que manda sobre el resto de lenguas. Nos hacen hablar en inglés a todos. Hay una cosa maravillosa en el cine que son los subtítulos”. Reconoce que los productores le insistieron en que hubiera actores anglosajones, pero tenía claro que no iba a ser así. “No quiero decir que fueran colonizadores, pero de alguna manera los productores se pusieron bastante insistentes con esto, querían actores más conocidos y famosos, pero yo decidí que no sonaría el inglés”.

Rodado en blanco y negro, la historia sumerge al espectador en una bella historia de aventuras, una búsqueda. Hay algo de Kilpling, pero sin el tono imperialista. Hay algo de Willy Fogg. Sin embargo, aquí es una mujer la que emprende la búsqueda. “No tengo la certitud de que Molly, el personaje femenino sea tan atrevido. Ella está muy obsesionada con el personaje masculino, eso es la que le mueve”, reconoce Gomes. Sin embargo, ese viaje hace que descubra el mundo y que, cada vez, importe menos, el objetivo del viaje. “Para mí, la mejor novela del mundo se llama Moby Dick, que es la historia de una obsesión, de un hombre que quiere matar una ballena. A veces, las obsesiones nos ponen en camino y lo escrutamos todo para llegar al final de esa obsesión. Es un poco lo que le pasa a esta mujer”, dice sobre su heroína.

La película fue lo más novedoso y experimental, lo más diferente de la pasada edición de Cannes. “Tuve la oportunidad en Cannes de ver algunas películas y percibo cuando dicen que esta era la película más arriesgada y experimental de la competencia. Al mismo tiempo, tengo la impresión de que no había ninguna tan cerca y próxima del imaginario clásico del cine, del cine de aventuras, del cine de Hollywood de los años 30 o 40, que era más interesante que el actual. Soy portugués, vivo en el presente, y las películas son producto de su tiempo, pero para mí es claro que hay esa influencia, pero siempre sabiendo que no soy un cineasta americano. Luego están las cosas que a mi me gustan y que me dicen cosas que me acompañan. Es una memoria del cine que va conmigo y que ya no existe más”.

Quizá se deba al uso de las distintas imágenes, quizá por volver a hacer cine de aventuras pero con un tono autoral, quizá por utilizar diferentes miradas para cada una de las partes del filme. Gomes trabajó con tres directores de fotografía diferentes. “Lo que teníamos pensado era hacer dos partes. El viaje asiático lo realizaríamos con el director de fotografía que trabaja con Apitchapong y Guadagnino y que ya había trabajado conmigo. Después, la parte de estudio, filmada en Lisboa, la haríamos con un portugués, que es un gran director de fotografía, que ha filmado conmigo y con Lucrecia Martel en Zama”. Esa era la idea inicial, pero el COVID cambió los planes. “Nos quedaba por filmar en China, pero empezó la pandemia y no pudimos continuar el viaje. Esperé y esperé para poder volver a y terminar, pero fue imposible. Así que decidimos filmar en remoto, yo desde Lisboa y un equipo cien por cien chino en su país. Tuvimos que trabajar con un nuevo director de fotografía al que no llegué a conocer físicamente hasta ahora”. Esa polifonía da una dimensión artística y política mucho más interesante a una película que rompe los relatos de la colonización.

“Hay una mirada occidental sobre Asia que creó e imaginó todo un imaginario para el público en Occidente y yo tenía ganas de trabajar con ese imaginario, pero hacer cosas distintas. Las imágenes del mundo de hoy pueden corregir a las imágenes del pasado. Hay un juego entre las dos que me parece interesante”, explica sobre el apoyo en material de archivo reciente, que trata de ver en perspectiva los efectos de la colonización. Siempre de una manera sutil, pues tiene claro, Gomes, que no hay que dar nada por sentado en el cine. “No creo que sea una película de denuncia, no pretendo decirle al espectador lo que tiene que pensar y quiénes son los buenos o los malos, prefiero dar herramientas para que la gente llegue a sus propias conclusiones. Habrá quien piense que soy un héroe anticolonialista y otros que soy un cineasta colonizador”, explica sobre su decisión narrativa. “El cine es un punto de encuentro entre lo que pasa en la pantalla y la gente. Lo más importante es tener en cuenta que el cine puede acabar siendo un pequeño dictador y hay que evitar siempre eso, hay que dejar a la gente que saque sus conclusiones”, insiste.

El cine portugués no tiene una industria tan fuerte o desarrollada como la española, pero eso, dice Gomes, no es necesariamente negativo. “Los apoyos para el cine portugués no dependen del estado, entonces no se puede cambiar así tan fácilmente, porque existen leyes que dan cierta autonomía al Instituto del Cine”, nos cuenta sobre la posibilidad de que los vaivenes políticos tumben las ayudas a la cultura, como ha pasado en otros países. “Podemos decir que la situación es estable, no hay muchas oportunidades para hacer muchas películas, pero en general no existe, comparando con la situación en España, no existe una industria, quizá por una cuestión de escala económica. No tenemos un mercado común, somos menos habitantes y en Brasil se subtitulan nuestras películas. No existe la presión industrial del dinero. Por lo que un director como yo o como Pedro Costa, si quieren filmar películas un poco raras, lo pueden hacer, porque no hay una expectativa económica detrás. Tenemos esa posibilidad de ser un poco más libres haciendo películas más personales. Creo que en España sí está esa presión, que puede hacer a los directores prisioneros de una lógica industrial”, concluye uno de los directores más interesantes del cine europeo actual.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 

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