Putin invade, Trump agrede

Barcelona

Lo nunca oído. Si Vladímir Putin invadió Ucrania, Donald Trump agrede verbalmente a Volodímir Zelenski. Millones de personas lo hemos comprobado en directo hace tan solo un rato.

El intercambio de frases entre Trump y Zelenski resonará mucho tiempo. Decirle al presidente ucraniano que firme un alto el fuego sin garantías concretas de que se cumpla; amenazarle con dejarle solo desdiciéndose de la defensa que encabezó su propio país; debilitarle afirmando que sin la ayuda norteamericana apenas habría resistido unas semanas; zaherirle porque no tiene buenas cartas de juego; acusarle de que si no acepta sus condiciones provocará la tercera guerra mundial….

Todo eso, ¿qué es? Es un acto de brutalidad y enemistad pública contra un país independiente. Es una humillación innecesaria y autocrática. Es un chantaje público. Y una demostración definitiva de que Trump ya se presenta sin ambages como un traidor a la tradición liberal de su propio país, y a sus aliados. Y como un agente de Moscú.

Pero lo peor es que el mismo proyecto de acuerdo resulta indigno. Impone reparaciones de guerra al país invadido, incautando buena parte de su riqueza, las famosas tierras raras necesarias para la alta tecnología norteamericana, sin ofrecer la seguridad de que el invasor ruso respetará el armisticio. O sea, será, si llega a ser sin cambios, un armisticio de hecho unilateral.

Quizá pueda reconducirse y los detalles de cómo acabe todo podrían modificar estos datos: importa el texto, el contexto y las conductas de hecho. Pero resulta difícil creer en los milagros. Porque la polaridad perversa de este presidente le hace en parte imprevisible. Propugna una cosa y la contraria. Se contradice ayer, hoy y mañana. Es peligroso… porque siempre puede ir a peor. Es indigno de confianza.

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