Mike Leigh: "Ser una leyenda no es ninguna ventaja, si apuñalo a una anciana, no me libraré de la cárcel"
El director demuestra su flema británica en ‘Mi única familia’, el drama de una mujer que no puede más con las dificultades de la vida
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(Photo by Gareth Cattermole/Getty Images for IMDb) / Gareth Cattermole
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Madrid
El cine de Mike Leigh se ha centrado en retratar lo cotidiano de la clase obrera, desde un lugar diferente al de otros directores británicos de su generación, como Ken Loach o Stephen Daldry, pero que comparte con ellos la mirada empática hacia sus personajes, llenos de problemas y contradicciones, pero también de vida y de verdad. Es lo que pasa en Hard Truths, Mi única familia, su nueva película después de seis años, que sentimos simpatía y hasta reímos con las ocurrencias y la rabia y efusividad de un personaje, pero acabamos siento lástima y dolor por él, a lo largo de los 97 minutos, de esta pequeña joya que firma el director de títulos tan importantes como Happy, un cuento sobre la felicidad o El secreto de Vera Drake, con la que ganó el León de Oro en Venecia. “Mi trabajo como cineasta, como narrador, como coreógrafo, como compositor de la sinfonía, como pintor del cuadro, si quieres llamarlo así, es encontrar el tono”, nos decía en el pasado Festival de San Sebastián.
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Producida en España por Mediapro, la película es un drama que nos introduce en la vida diaria de una mujer, un ama de casa, cansada de su vida y de su familia. Su marido trabaja haciendo reformas y su hijo se pasa las horas encerrado en su habitación comiendo lo que pilla. Su vida está llena de dolores, físicos y emocionales, como la de tantas mujeres de esa generación, educadas para servir y para cuidar, y que no tuvieron o no pudieron salir de la rutina familiar, ni siquiera elegirla. Una película extraordinariamente conmovedora que nos pone en el espejo de nuestra propia existencia, de nuestro hartazgo con la sociedad, extremadamente hipócrita y donde nada funciona, ni la sanidad pública, ni el trato con los demás. “No me gusta describir demasiado la película. Cada uno la verá y tomará sus decisiones y reaccionará de una manera. Pero hay un momento en el que las dos hermanas se juntan que salen a la luz algunas verdades sobre el pasado, sobre su relación con su madre y el espectador recibe una serie de pistas. Esas pistas las hemos ido trazando en un trabajo entre los dos, escribiendo la historia de ambas mujeres, desde que eran bebés. Hemos explorado tensiones implícitas en la elección de que sean dos personalidades bastante diferentes con el mismo trasfondo”, decía.
El director vuelve, como hiciera en Secretos y mentiras, a confiar un papel crucial a la actriz Marianne Jean-Baptiste, que tiene el reto de sacar adelante a uno de los personajes más desagradables, repulsivos y agotadores que han aparecido en una pantalla de cine en años. "No puedes hacer una película así, sin estos actores fantásticos, que consiguen interpretar a gente corriente. Es una alegría y un privilegio haber creado con ellos esta aventura", decía el director británico. “Hemos hecho juntos la película”, reconocía Mike Leigh. “Es lo que siempre hago con los actores cuando hago estas películas. Marianne empezó hablando con mucha gente que conoce y, de ellos, fuimos eligiendo sus modos de hablar. Durante meses comenzamos a desarrollar las discusiones, improvisando y dándole tres dimensiones a los personajes”. Dice sobre una actriz que vuelve a brillar en el papel de una mujer corriente. “No pensamos en un tono concreto. Pero sí nos fijamos en si estamos yendo demasiado lejos o no. En el guion no está escrito todo lo que va a pasar. No está escrito que se da un portazo. No es así como trabajamos”, apunta la interprete británica.
Mi única familia trae a Leigh de regreso a una historia contemporánea por primera vez desde Another Year, en 2010, ya que sus últimos trabajos han sido de época, como Mr. Turner en 2014, sobre el pintor inglés, y Peterloo, en 2018, una historia sobre los primeros levantamientos obreros y la represión británica. El director demuestra que tiene un talento extraordinario para captar el día a día de una mujer madura, pero también de su entorno, el de las familias negras de clase obrera que habitan en la periferia londinense. “Da la sensación de que la gente escribe guiones en sus habitaciones, encerrados, y tiene que incluir esa información porque sus historias no son orgánicas, no hablan de la vida real”, responde cuando le preguntamos por la habilidad para captar la vida que se respira en sus trabajos. “Hay muchos guiones llenos de demasiada información. Aquí hemos contado la historia de manera natural”, añade la actriz.
El director no explica y justifica sus comportamientos. nadie sabe cómo se ha degradado el matrimonio, cómo esa mujer fue entrando en la espiral de la depresión. Hubo un duelo, el de la madre, hubo una infancia al servicio de los demás, hubo un matrimonio rápido, una vida no satisfecha. Quizá un cúmulo de cosas que no solucionamos, que a las mujeres se nos ha dicho que no se pueden cambiar, que hay que aguantar y poner buena cara. Quizá el personaje que con brillantez interpreta Jean-Baptiste sea excesivo e insoportable, pero todos hemos sido ella, todos hemos permitido que mujeres como ella se mantengan en esa espiral. Mike Leigh tiene claro una de las verdades más duras que existen, que en la vida no siempre hay momentos épicos como en el cine, que no hay un ajuste de cuentas.
Una de las cosas que llama la atención del personaje protagonista es que tiene miedo a todo. Se demuestra en esos gritos que el personaje da al despertarse, en el miedo a salir al jardín o a que su hijo salga solo por el barrio y la policía pueda hacerle año. Grita a su marido y su hijo, a los captadores de ONG que están por la calle, a las dependientas estiradas, etc. Una vida que contrasta con la de su hermana, a la que interpreta la actriz Michele Austin, madre soltera, peluquera y con dos hijas adultas y felices, que hacen sus vidas y tratan de salir adelante en ese mismo entorno hostil, donde tienen que soportar humillaciones rutinarias a manos de los blancos. “Están estas dos mujeres diferentes. Que crecieron juntas pero tienen visiones distintas sobre su experiencia vital. Fuimos construyendo esa parte de la historia paralela, cómo fue su relación anterior y cómo fue la vida con el resto de la familia. Trabajamos esos hechos en el origen de todo que acaban generando los traumas que vemos en la película”, explica Baptiste.
La historia muestra la dureza de vivir una depresión y la incomprensión de los demás. “¿Por qué no puedes disfrutar de la vida?”, le pregunta la hermana. Sin embargo, es difícil cuando una mujer no es siquiera es capaz de verbalizar eso, porque incluso saber qué un malestar se debe a una enfermedad mental y hay derecho a curarse de ello es todo un privilegio. Hay una escena que pone los pelos de punta entre las dos hermanas. Pansy, la protagonista, le dice a la hermana que está tan casada que solo quiere acostarse y cerrar los ojos, que todo se detenga. Sin duda, las cuestiones de raza, género y clase, subyacen de esa rabia que ha acabado en tristeza. “No hay ninguna agenda detrás del guion. Lo que hacemos es preocuparnos por la sociedad y por las cosas endémicas que hay en ella. Así que no pensamos de una manera intelectual, ni pretendemos hacer propaganda”, espeta el director que reconoce que no le gusta hablar de sus películas.
Mike Leigh ha sido uno de los hombres del cine británico que ha mirado a la clase obrera. No lo niega, pero matiza: “Trabajar sin que nadie interrumpa pidiéndote lo que el publico quiere o lo que pide el algoritmo, me refiero a ese tipo de trabajo que se escribe para televisión o para el streaming, permite contar la vida de la gente normal y corriente, sin juzgarlos. He hecho películas sobre todo tipo de personas, gente negra, gente blanca, gente en Irlanda del Norte, australianos, griegos, judíos. También he hecho películas de clase alta. Para mí se trata de contar historias de toda la sociedad”. Bromeaba el director con que a veces le confunden con Ken Loach por la calle, aunque no tengan nada que ver, quizá solo el interés por la sociedad y lo que pasa alrededor, algo que no siempre encontramos en el cine británico actual. Lejos de modas y tendencias, Leigh sigue fiel a su cine, a sus actores habituales y a su director de fotografía, Dick Pope, que plasma la claustrofobia y la apatía del mundo en una casa, limpia y ordenada, pero sin alma ni identidad. Un tipo de cine que cuesta financiar, incluso para una leyenda como él. “Ser una leyenda no es ninguna ventaja. No tiene valor. Si apuñalo a una anciana en la calle, ella va a morir y ser leyenda no me protegerá de ir a la cárcel o morir ahorcado. Lo mismo ocurre con recaudar fondos para hacer películas. Es triste y duro, pero es así. Me parece más importante que eso le esté pasando a los cineastas jóvenes. Tienen buenas ideas, nuevas historias, las cuentan, pero nadie las produce. Es terrible y es una tragedia cómo funciona la financiación en el cine. Es una tragedia y todos lo sufrimos, tanto los jóvenes como las leyendas”.
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Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...