Estudio

Madrid

Los Monty Python ya documentaron todo lo que los romanos habían hecho por nosotros, a veces, inconscientemente. Nunca pudieron imaginar que su radius acabara nombrando un sistema de transmisión impensable entonces, ni que sedere, que pasó a seer en castellano y más tarde a ser, acabase nombrando nuestro medio. Ni que su palabra studium nos permitiera bautizar nuestro lugar de trabajo.

Porque studium, en latín, nombraba propiamente la aplicación al saber y aprender, lo que Cicerón definía como “ocupación gustosa del ánimo dedicada a alcanzar alguna ciencia o facultad”. Con ese sentido entró la palabra en el Diccionario de Autoridades en 1732. Pero en ese diccionario la palabra estudio nombraba también un lugar, aquel en que se impartían estos conocimientos o el lugar en el que trabajaban los artistas, pintores, escultores...

En aquel momento, la radio y la televisión ni estaban ni se las esperaba. Fue en 1970 cuando la RAE ya introdujo, con cierto retraso, la nueva acepción de estudio para nombrar las dependencias destinadas al rodaje de películas o a la emisión de programas de radio y de televisión.

En el estudio creamos y hablamos con los que crean, y aquí nos citamos con estudiosos que llenen nuestras bolsas de ignorancia. Y con ellos, y con quienes nos escuchan, desarrollamos todas las potencialidades del verbo estudiar: observar, investigar, analizar, meditar y reflexionar para intentar aprender y comprender.

Los frutos de este trabajo en el estudio se someten a otro estudio, el EGM, que nos da frías cifras, pero que es incapaz de poner rostro a quienes están al otro lado ni de definir esa relación especial que nos une con ellos y que aún espera un neologismo con el que nombrarla.

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