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Escrivá de Balaguer tomó viejas palabras latinas para nombrar su organización en 1928: Opus Dei, la obra de Dios, literalmente

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Madrid

Ayer vimos cómo Ramón Gómez de la Serna, el creador de las greguerías, no inventó la palabra, sino que la dotó de un nuevo significado para nombrar su creación. Lo mismo hizo Escrivá de Balaguer, que tomó viejas palabras latinas para nombrar su organización en 1928: Opus Dei, la obra de Dios, literalmente.

Porque opus, en latín, era obra. Y mucho antes de que naciera Escrivá de Balaguer, opus ya nombraba en castellano otro tipo de obras: aquellas piezas musicales que se numeran con relación al conjunto de la producción de un compositor. La palabra tuvo también un hijo, el diminutivo opúsculo, para referirnos a una obra científica o literaria de poca extensión o importancia. La cosa no dio más de sí.

Pero si volvemos al latín, al declinar la palabra opus nos topamos con su nominativo plural, opera, que nos permite identificar la raíz de otras palabras castellanas sin necesidad de ser filólogos. Así, los italianos tomaron el término, y nos lo exportaron, para nombrar la obra dramática musical cuyo texto se canta.

De esa palabra latina nacieron también términos como operar y operación, y la locución "ópera prima", que no es la primera obra de la hija artista de nuestros tíos, sino la primera creación de un autor. Y por evolución, nuestros anónimos antepasados cogieron la ópera latina, cambiaron la p por b, prescindieron de la e, y la ópera pasó a ser obra. Con estas raíces, los seguidores del Opus podrían haber sido obreros u operarios de Dios. Pero se acuñó otro término, opusdeísta, que entró en el diccionario hace diez años.

 
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