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Las anécdotas de la espía más joven de la II Guerra Mundial que acaba hablando de sexo a sus 92 años en 'La Revuelta': "La próxima vez me tomo dos gin tonics"

Cuando tenía 11 años, Liana Romero Swirski ayudó a su madre en sus tareas como informadora

Liana Romero Swirski, la espía más joven de la II Guerra Mundial, en 'La Revuelta' / RTVE

Liana Romero Swirski, la espía más joven de la II Guerra Mundial, en 'La Revuelta'

Madrid

Los contenidos de La Revuelta de este miércoles no dejaron a nadie indiferente y, para muchos, fueron un buen ejemplo de lo que tiene que ser entretenimiento en la cadena pública en prime time. Comenzaron conectando con la Antártida, donde Eduard, un militar que había estado como público en el programa hacía unas semanas, les enseñó la misión que están llevando a cabo allí de investigación. A continuación, la orquesta sinfónica de la Universidad Complutense interpretó una pieza clásica y terminó con una entrevista muy interesante (¡y divertida!) a Liana Romero Swirski, la espía más joven de la II Guerra Mundial.

A sus 92 años, Liana demostró que su memoria se mantiene intacta y que está ágil para esquivar las bromas de Broncano. Recuerda que con 11 años era "curiosa como un gato" y que su madre ya le entrenó para que le ayudara en sus labores como espía en la guerra: "Una vez a la semana me sentaba en una silla y decía, "Liana, todo lo tu veas y oigas, calladita". Contaba que su madre no le contaba lo que iba a hacer pero que ella ya sabía que "había meneo".

Uno de sus relatos más impresionantes tiene que ver con un día que su madre —la espía Larissa Swirski— le confesó que podía no salir viva: "Ella hizo unas fotos y me dijo "métete la cámara en la bota" y ella se introdujo este film [un carrete] en el guante. Viene un hombre, le saluda muy amable y le dice: "¿Ha visto usted el destrozo que han hecho los italianos?". Y ella respondió: "Sí, los italianos mala gente". Entonces él saca un pitillo y se lo ofrece a mamá, ella va a fumar, él le va a encender y no le funciona el mechero. Intenta otra vez y no se prende. Entonces, mirándole a los ojos le dice: "No me habéis dejado ni gasolina para el mechero". Mi madre me mira y dice "vámonos". Se fuman el cigarro porque sacó mi madre cerillas que es lo que funcionaba y nos vamos y mi madre dice: "No sé si voy a salir viva de aquí", porque en esa época los espías que los cogían con algo en el cuerpo no iban a juicio, iban a la horca".

De pronto, llegó un oficial y les pidió que le siguieran: "Nos llevan a un despacho cerca de la salida y había un oficial de grado superior y una señora de uniforme muy grande. Le dice el oficial: "Entre en la habitación y desnúdese de arriba a abajo, que esta señora la va a monitorizar". Mi madre empieza a desnudarse y le queda el sombrerito, la braguita y los guantitos. Se quita el sombrero y le dice a la mujer: "Por favor, no me haga desnudarme del todo porque yo no me he desnudado en mi vida más que delante de mi marido y del médico. Si usted quiere que yo le de mis braguitas, gírese, por favor, yo se las doy". Le da el sombrerito, la otra empieza a mirar todas las flores del sombrero y mi madre se quita el guante y lo tira encima del archivador. Se quita las braguitas y se las da y no le encuentra nada encima, y a mí ni me miró", relata como si hubiera pasado ayer. La historia con final feliz acabó con el "kilo de chocolate" que le compró su madre cuando por fin las dejaron marchar.

Lámparas con piel humana y calcetines con pelo de mujer

Larissa Swirski trabajaba para los alemanes hasta que un día, hablando con su hermana que vivía en París y estaba al servicio de la resistencia francesa, le contó todo lo que estaban haciendo los nazis: "Cuando mi madre le conto que trabajaba para los alemanes, su hermana se horrorizó, le dijo "tú estás loca", ¿tú sabes lo que están haciendo los alemanes en Europa y los campos de concentración?" Mi madre creía que era donde metían a los prisioneros de guerra, como hacían otros países, pero mi tía le dijo "no son campos de concentración, son de exterminio, donde el que entra no sale. Ahí no se concentran, ahí se eliminan".

Liana recordó que los nazis lo primero que hacían era cortarle el pelo a las mujeres y lo empleaban para tejer calcetines para los submarinistas alemanes: "Por lo visto conservaba más el calor que la lana". También aseguró que hacían pantallas de las lámparas con piel humana. Por eso, cuando su madre escuchó todo eso, inmediatamente cambió de bando: "Dijo "yo no trabajo para los alemanes ni un solo día más".

Contó también las técnicas que empleaban los nazis para escribirse cartas utilizando ceniza y limón y cómo las podrían leer las letras solo durante unos minutos porque luego el mensaje desaparecía.

"A mí me ponía el uniforme de la Guardia Civil"

Liana debía estar advertida de las preguntas clásicas del programa y entró con mucho humor cuando salió el tema del sexo. Comenzó reconociendo que a ella le ponía "el uniforme de la Guardia Civil" aunque dice que ya no le pone nada aunque cree que con la edad se ganan muchas cosas: "Cuando ya cumples, no sé, la curva de los 50 de los 60. Tú ya a la papelera. ¡¿Qué dices?! Ahora empieza lo bueno porque empiezas ya a practicar todas las experiencias del pasado. Ya sabes hilar fino, ya es muy bonito todo y no tiene límite".

Tras esas palabras, Broncano concluye que ha sido un buen mes para ella en la cama y ella se ve un poco desbordada con la conversación: "Mira, está resultando esto escabroso. Has abierto tú la puerta gayola y yo te he seguido la broma. Pero ahora me da respeto porque qué van a decir mis hijos", se preguntaba. Aún así, se preparaba para el futuro: "La próxima vez os prometo que me tomo dos gin tonics y lo cuento todo".

 

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