A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
Opinión

El mundo y la vida

"Aunque el mundo, las sociedades, logren algún día organizarse de la manera más sensata, humana y solidaria, siempre estará ahí la vida, rompiendo las costuras"

El mundo y la vida

El mundo y la vida

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Unos cuantos amigos comíamos el jueves en un restaurante madrileño. Éramos más o menos periodistas y más o menos progres, y arreglábamos el mundo entre bocado y bocado. Que si la Unión Europea, que si la ONU, que si hacían falta más impuestos, que si Trump, que si Sánchez, que si la derecha tal, que si la ultraderecha cual, que si Gaza, que si las redes. En fin, ya se hacen ustedes una idea.

Entonces se acercó una mujer que había comido en otra mesa. Y pronunció la frase fatídica: “Disculpen, los escuchaba charlar y quería decirles algo”. Yo esperaba que dijera algo a favor de Vox o de Podemos, o de Ayuso, o cualquier otra cosa mundana. Quizá iba a llamarnos, con bastante razón, pijiprogres. Pero esa mujer no quería hablar del mundo ni de nosotros, sino de la vida.

Y arrancó. Maltratos conyugales. Órdenes de alejamiento. Dos hijos conflictivos. Problemas laborales. Madrid sur. Tras ella se mantenía en silencio un amigo que la había invitado al restaurante para animarla, sin obtener, según se veía, demasiado éxito. Ella le presentó como un buen hombre. La mujer seguía hablando al borde de las lágrimas.

Sí, tenía asistencia psicológica. Sí, la visitaban asistentes sociales. Sí, tenía casa. Pero no era suficiente. La sociedad, políticamente organizada, le ofrecía lo que podía ofrecer. Nada de eso le bastaba. Esa mujer estaba al límite.

Nosotros habíamos pasado un buen rato hablando del mundo. Y de repente irrumpía la vida, esa cosa tan complicada y a veces tan dolorosa. Aunque el mundo, las sociedades, logren algún día organizarse de la manera más sensata, humana y solidaria, siempre estará ahí la vida, rompiendo las costuras.

La mujer y su acompañante se despidieron y abandonaron el restaurante. Cuando salí, la vi sentada en un bordillo, llorando. El

hombre seguía a su lado. Ignoro la relación entre ambos e ignoro cómo acabaron la tarde. Pero aquel hombre, las palabras de aquel hombre, era lo mejor que el mundo y la vida podían ofrecerle, en ese momento, a aquella mujer.

Me llamo Enric González. Les deseo que este fin de semana tengan a alguien muy cerca.

 
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