El enfiteuta
Un enfiteuta sabrá que se trata de un desdichado que, cuando compró su vivienda, ignoraba que estaba contrayendo una deuda perpetua con el propietario del suelo
Ignacio Martínez de Pisón: “El enfiteuta”
01:49
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Madrid
Hay animales prehistóricos, como el celacanto o la salamandra gigante, que han sobrevivido milagrosamente a las distintas eras hasta llegar a una actualidad que no les corresponde. También en nuestra legislación hay elementos inequívocamente antediluvianos. Por ejemplo, la objeción de conciencia, que permanece fosilizada en nuestro texto constitucional veinticuatro años después de la desaparición de la mili y que seguirá ahí por los siglos de los siglos, porque los partidos nunca se pondrán de acuerdo para reformar la Constitución.
Pero la más llamativa de nuestras antiguallas jurídicas es la enfiteusis, que tiene nombre de enfermedad, pero es peor que eso. Cualquiera que conozca a un enfiteuta sabrá que se trata de un desdichado que, cuando compró su vivienda, ignoraba que estaba contrayendo una deuda perpetua con el propietario del suelo, al que iba a quedar unido para siempre como los antiguos siervos de la gleba. Creía que por fin le pertenecería un palmo de terreno, pero acabó siendo al revés: era él el que ahora pertenecía a ese terreno.
Yo tengo un amigo, descendiente de la más rancia nobleza catalana, que todos los años ingresa no pocos aguinaldos en concepto de enfiteusis. Si yo fuera él, buscaría argumentos para defenderla. Como no lo soy, no puedo, sino compararla con el viejo derecho de pernada, vestigio del feudalismo, secuela de un pasado que se llama así precisamente porque se cuela donde no debe.