Los cortometrajes de los Goya, un reflejo de experimentación, libertad y compromiso político
Las producciones nominadas en esta edición muestran la variedad de miradas, enfoques y géneros de los creadores y creadoras
Madrid
La magia de los cortometrajes reside en la capacidad de los cineastas para transmitir una idea poderosa en un tiempo reducido y, a menudo, con presupuestos ajustados. Y aunque los cortos pueden parecer los grandes olvidados de los Goya, detrás de cada producción hay grandes historias, la posibilidad de experimentar, de probar detrás de las cámaras y de poner el foco social y político en asuntos que no están en primera línea de la agenda mediática. Los cortometrajes candidatos de esta edición conforman un mosaico de temas, preocupaciones, preguntas y denuncias que muestran la diversidad de voces y aproximaciones artísticas del cine español.
Entre las tendencias de este año, por ejemplo, están las creadoras que usan la comedia para romper ese viejo mito de que las mujeres no saben manejarse en ese género ni son capaces de hacer reír. En estos tiempos donde las maternidades son retratadas de maneras muy diversas, títulos como Cuarentena, de Celia de Molina, una ficción que aborda la maternidad sin tapujos, presenta un monólogo ferozmente honesto y divertido sobre cómo vivió ella la suya. “El corto nace, nunca mejor dicho, del nacimiento de mi hijo, aquello fue una película de terror. Tuve muchísimas complicaciones, y me di cuenta de que todo lo que me habían dicho y para lo que me había preparado, de cómo iba a ser el parto, si iba a ser el día más feliz de mi vida... nada que ver”, cuenta la directora. Andrea Ros protagoniza este monólogo que transcurre en una cafetería. Y aunque es el corto de menor metraje de todas las nominadas, la sinceridad explícita del texto rompe con esa visión romántica y maravillosa de la maternidad. “Hasta hace poco el mundo sólo lo han contado los hombres, y los hombres tienden a vernos como objetos del deseo. Y claro, una mujer que sangra, que se abre, no suele ser lo más deseable del mundo. Si solo lo cuentan ellos, lo cuentan desde su lugar. Y luego también porque es necesario que se tengan hijos, entonces si ocultas la verdad, no tendríamos problema en parir. Pero si todas supiéramos lo que es, creo que el mundo se acabaría, porque a ver quién quiere parir después de ver lo que es”, cuenta Celia de Molina con humor y entre risas.
Desde otra narrativa y óptica completamente distinta, pero también desde la comedia y la ficción, la actriz Lucía Jiménez dirige El Trono, que retrata la figura de un presidente atrapado en situaciones absurdas, sentando en un retrete y enfrentándose a un sinfín de contratiempos. Tras este salto al otro lado de la cámara, su experiencia como actriz ha sido de gran ayuda para su papel como directora en el corto, pero también ha aprendido durante este proceso. “Entiendo muy bien el proceso previo a la acción que necesita el actor, que es un momento mágico, de concentración, y que muchas veces no se respeta por las prisas. Pues para mí eso era sagrado. Pero en edición me he encontrado con que todo lo que ruedas es súper necesario y valioso. Como actriz he aprendido que en un plano general no te puedes relajar, que tienes que darlo todo siempre porque todo es valioso”.
Desde una mirada más reivindicativa, pero sin perder lo cómico, Lola Lolita Lolaza, dirigido por Mabel Lozano, trata el cáncer de mama con un enfoque que, como bien dice la propia directora, está cargado de humor, amor y retranca. Mediante la animación, la directora cuenta su historia personal con el cáncer de mama. “Yo tuve un cáncer de mama en mi lola izquierda, y yo quería salir del armario y contar este viaje. Y para hacerlo, pero sin blanquearlo porque quería que tuviera un tono de humor, qué mejor que hacerlo con la animación. Y es que es muy importante porque el cine también sirve para esto, porque contar las cosas con humor, con retranca, hace que tengas menos miedo. Porque el humor es la distancia más corta entre dos personas”, explica la directora.
El corto, producido por Chelo Loureiro, directora con varios Goya y referente de la animación, buscaba precisamente usar el género para no caer en el dramatismo. "Hacerlo con actores y actrices es como querer buscar la pornografía del dolor, mientras que con la animación, de la forma tan bizarra como lo ha hecho Mabel, creo que precisamente rompe con todos los estereotipos y es una manera de llegar a todas las personas que lo están sufriendo, porque ojo, también hay hombres que están sufriendo el cáncer de mama y es durísimo. Pero desde luego, lo hicimos para que llegue a todo el público, para que se normalice el cáncer, y sobre todo el cáncer de mama, porque precisamente este cáncer tiene una connotación sexual que lo convierte en un estigma del que no se habla, que tenerlo nos convierte en mujeres de segunda categoría”, explica la productora.
Como novedad, este año las bases de los Goya han flexibilizado la duración de los cortos, permitiendo que los mediometrajes de entre 40 y 59 minutos puedan optar también al premio. En el caso de Mamántula, uno de los proyectos que han podido optar a la nominación gracias a este cambio, además de por ser una apuesta radical que juega entre lo misterioso y lo onírico y en la que su director, Ion de Sosa, cuenta la historia de una tarántula que devora semen y consume a sus víctimas. Un thriller muy noventero con detectives lesbianas, cruising y humor. "La idea de mediometraje es porque queríamos hacer un homenaje a la series de formato autoconclusivo, esas en las que hay un crimen y se va descubriendo con suspense la investigación. Además de referencias cinematográficas televisivas como Expediente X o Twin Peaks, también hay mucho trabajo de cómo iban a ser los cuerpos que Mamántula había picado y succionado. Nos fijamos mucho en las fotografías de Nan Goldin y en los cuadros de Francis Bacon, con sus fotos y cuadros que enseñan cuerpos que están hinchados de formas extrañas y en las más extrañas direcciones, cuerpos inflamados, chupados... Y esa combinación de gelatinas, pellejos, fragmentos de esculturas de yeso, lo trabajamos profundamente con la dirección artística para poder trasladarlo a la pantalla", explica el autor que, confiesa, su ilusión por esta candidatura al venir de un cine underground y hacer producciones que se salen de etiquetas.
Con esa ampliación los y las cineastas han tenido un poco más de tiempo para contar las historias de este año y convertirlas en herramientas poderosas para visibilizar lo político, lo social, e incluso lo más íntimo de las vivencias. En el caso de Semillas de Kivu, dirigido por Néstor López y Carlos Valle, un mediometraje que muestra la desgarradora historia de las mujeres que son víctimas de violaciones por guerrillas de la provincia congoleña de Kivu. “Necesitamos que premios como este, le den el impulso, el alcance y la fuerza que debe tener esta historia que al contrario que pasa con otras dramas, otras guerras, como en Ucrania o Palestina, no tienen el foco ahí. Con esta historia, queremos poner el foco con este drama, que ocurre en la República Democrática del Congo”, cuenta Carlos Valle. El documental muestra lo que ocurre en el Hospital de Panzi, con los tratamientos psicológicos, los problemas y los dilemas en cuestión a la maternidad que tienen que vivir un grupo de mujeres después de haber sido violadas en grupo por las guerrillas de la zona .
Otro de los documentales es Ciao Bambina, dirigido por Afioco Gnecco y Carolina Yuste, que ofrecen una mirada personal y profunda sobre la transición de género, documentando el proceso de Afioco de reconciliación consigo mismo en un contexto marcado por las imposiciones sociales del binarismo. “Soy una persona muy pesada que lo graba todo, y cuando comencé mi proceso, le planteé a Carolina el documentarlo, pero sin tener intención de llegar a hacer algo con ello. Grabábamos con el móvil, con una handycam pequeña, y todo fue creciendo. Pasamos de ser dos amigos grabándose en la intimidad, sin querer llegar a ningún sitio, sin saber qué haríamos con ello, a estar aquí nominados al Goya”. Para Afioco, esta nominación es un abrazo para todo el colectivo, sobre todo en un momento donde “a las personas trans se nos está cuestionando nuestra identidad, aunque haya salido la ley, ridiculizándonos en medios. Y que de repente la Academia del Cine valore una historia de este tipo, sobre todo porque los hombres trans no están en ningún lado, no están siendo representados, creo que es un gran paso”, defiende el director.
Muchos de estos mediometrajes documentales también nacen del deseo de romper el silencio sobre temas complejos e ignorados. De la necesidad de entender el pasado de nuestras madres y abuelas para encontrar respuestas a las preguntas que nos hacemos en el día a día. Es el caso de Els buits, donde se escucha el testimonio de una mujer que vivió la dictadura franquista internada en un correccional dedicado a regenerar mujeres caídas. Y en la misma línea, Las novias del sur, de Elena López Riera, recoge los testimonios de mujeres maduras que reflexionan sobre sus deseos, su sexualidad y el matrimonio. “Yo a esas mujeres no las conocía de nada, vinieron bajo la premisa de, ¿Quieres compartir tu intimidad y tienes entre esta y esta edad? Fue tan sencillo como escuchar y preguntar. Y yo creo que, pensando mucho en esto y en el por qué a la gente le sorprende tanto, creo que es porque simplemente nadie les había preguntado”, cuenta Elena. Esas inquietudes, que nacen desde el mirar la foto de su madre el día de su boda, la llevan a cuestionarse esa herencia estructural y patriarcal con el que han cargado las mujeres a lo largo de los años en cuanto a las tradiciones de casarse, tener descendencia o cómo tienen que vivir sus relaciones sexuales.
“Me parece que los ritos y las tradiciones son como un espacio excepcional para observar, en esto de la herencia qué se repite y que cambia, qué margen tiene cada generación con algo que además es muy físico, muy teatral. Me obsesiona mucho la gestualidad, por eso en cada foto de la boda, hago ese zoom in a sus expresiones. Creo que en los rituales, que además tienen esa dimensión social, es donde se puede articular esta idea de cómo se emplaza cada persona en la sociedad y qué margen hay para cambiar las cosas”, añade.
Eneko Sagardoy, al igual que Lucía Jiménez, es otro de los actores que decide probar a contar historias que le rondan desde hace tiempo. Su corto Betiko Gaua, escrito con Nerea Ibarzabal, es un thriller de madres e hijas que exploran los traumas heredados y cómo estos marcan nuestra existencia. A pesar de su final abierto, el actor afirma que la intención que tenía con ello no iba más allá que de hacer un corto. “Ha sido un proceso muy divertido y siempre acompañado, en cuadrilla, más relajado que trabajando como actor. Quería ver qué forma tenía de hablar yo en cine. Desde el principio era un corto, una película corta y efectiva como una bala muy fuerte. Como si fuera su forma natural”, expresa.
El camino inverso ha seguido Álex Lora, que después de estrenar un largometraje, vuelve al corto con La gran obra, una historia premiada en Sundance sobre los prejuicios con los inmigrantes y el racismo que, además, obliga al espectador o espectadora a posicionarse sobre el valor de las cosas, sobre lo que importa más, si el dinero o lo sentimental. Algunos de estos trabajos tienen clara su vocación de cortometraje, otros sin embargo son el esbozo de un largometraje. Es el caso de Ciao Bambina y Semillas de Kivu, producciones que tiene previsto explorar más a fondo los temas que comienzan a plantearse en su formato breve. Pero sin duda, los cortos son un espejo del mundo de hoy y de un cine que tiene inquietud por transitar otros camino, por descubrir nuevas voces de nuestra industria.