"El mayor placer de la vida es vivir": la historia de Francisca Perpiñá, una mujer de 102 años
La Ventana comienza una serie de entrevistas en profundidad a "gente corriente" con más de un siglo de vida
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"El mayor placer de la vida es vivir": Francisca Perpiñá, una mujer de 102 años
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Francisca Perpiñá nació en el año 1922 en Barcelona, aunque su familia era de Valencia. "Cuando salíamos del colegio, mi madre nos compraba un céntimo de cacahuetes o altramuces y nos sentábamos donde las barcas", ha recordado Perpiñá de una época en la que se sentaban "a ver llegar las golondrinas". Eso sí, "había mucho follón todos los días porque salían los tanques a la calle". Perpiñá se refiere a las revueltas de los pistoleros en Barcelona.
Abandonaron la ciudad condal después de que su madre viviera la muerte del Noi del Sucre, líder sindical y secretario general de la CNT, muy de cerca. Su padre tomó la decisión entonces de cruzar España con el coche y llegar a Marruecos. "Vivíamos cerca de la playa, la teníamos a un kilómetro", ha rememorado Perpiñá. Una infancia feliz en Casablanca donde los niños se subían "a las higueras a buscar los pájaros" y jugaban con "tirachinas y cristales".
La vida de Francisca en Casablanca
Fue a un colegio del Gobierno y tuvo que aprender francés. "Allí había italianos, portugueses, franceses y españoles, pero moros ninguno", ha explicado Perpiñá. Ella misma ha contado que los niños marroquís estaban en una habitación aparte, donde rezaban el Corán "sentados en el suelo con unas telas".
Estudió hasta los 15 años. Entonces se fue con su hermana porque su padre "se empeñó". "Yo quería trabajar en una oficina como contable, pero mi padre me dijo que tenía que aprender a coser para ser una buena ama de casa", ha contado Perpiñá. En aquel entonces "los padres eran dioses", así que su respuesta fue: "¿Tú quieres que me vaya? Pues me voy".
Entre risas ha recordado como conoció a su marido y cómo su primer beso. "Estaba jugando sola, porque siempre me gustaba llevar una pelota, y me preguntó si podía jugar conmigo", ha rememorado Perpiñá. Llegó la boda y nueve meses después "los niños". Entonces, recuerda, los padres no tenían relación con los hijos y lo que se sabía era porque en el colegio las niñas nos lo contábamos". Al hablar de su marido, le recuerda como "muy buena persona, con mucho genio y, como los hombres de aquella época, un poco machista", aunque todavía se acuerda de cuando salían a bailar y cantar canciones de Antonio Machín y de Carlos Gardel.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Marruecos estuvo bajo el dominio de los nazis. Ella ha dicho que "los alemanes eran bastante correctos, pero no te querían ver hablar en la calle" y que pronto llegaron los americanos, quienes "con una libertad y un descaro te tocaban el culo o el pecho".
En los años cincuenta decidieron que lo mejor era venderlo todo y mudarse a Málaga. Y pasaron de tener "gallinas, pollos, conejos y el campo con todo lo que quería" a un apartamento "con nada más que miseria". De la Costa del Sol fueron a la capital. Su hermana y ella se dedicaron entonces a hacer "camisas de dormir" aunque les pagaban "una miseria".
El miedo a perder la cabeza
"Le tengo que dar gracias a dios porque he tenido malos momentos, pero también los he tenido muy buenos" ha explicado Perpiñá al rememorar como han sido estos 102 años de vida. Ella dice que es creyente porque su madre lo era, pero que reza "de vez en cuando por hacer algo".
Llegó a la residencia donde ahora vive después de que su hija falleciera: "Para estar en un apartamento sola, me voy a una residencia". Perpiñá dice que "esto hay que tomárselo con filosofía" y que "hay que estar dentro para saber lo que es esto" al hablar de la que es ahora su casa. Ha dejado claro que "el día que pierda la cabeza" quiere que "le pongan una inyección".
"Me gusta vivir y que la gente que este alrededor mío viva también", ha dicho Perpiñá, y ha añadido que "está muy bien" aunque "no ha hecho nada", lo único que se interesa "mucho por las cosas". A ella le gusta "ir a las reuniones porque aprendes mucho".
Francisca Perpiñá, con sus 102 años, ha terminado asegurando que "el mayor placer de la vida es saberla vivir", y ha aconsejado "estar al día" para no dejar las cosas para mañana "porque luego nunca las haces".