Opinión

Nerea Pérez de las Heras: "El síndrome de la impostora tiene que democratizarse"

Andamos revisando el síndrome de la impostora, esta falta de autoestima endémica, pero creo que lo estamos haciendo en la dirección equivocada. No hay que reducirlo, hay que ampliarlo

Madrid

Hasta salir mejor tiene sus límites, o sea, que te puede pasar que tú empieces con un saludable afán de mejora en cualquier aspecto de tu vida y acabes convertido en un fanático de la superación sin ninguna conciencia de sus propios límites, errores y vulnerabilidades. Y en un plasta agresivo también, porque los mantras de la autosuperación a mí me suenan a amenaza: “Prohibido rendirse”, “No hay límites”, “Yo puedo con todo“, “Voy a ser mi mejor versión”.

Íbamos a salir mejores, pero | No superlativos

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El síndrome de la impostora nos afecta a las mujeres por socialización de género, es decir, por cómo hemos sido educadas en la auto vigilancia, en la falta de referentes de éxito, en el castigo o la hiper exigencia a aquellas que destacan. El síndrome de la impostora es algo muy real, pasa por no sentirse nunca merecedora de un determinado puesto de trabajo, por ejemplo, de un reconocimiento, de un cargo de un espacio público. En los últimos tiempos lo hemos estado revisando porque muchas veces resulta paralizante y es muy empobrecedor para la sociedad en general.

A mí, trabajando como periodista, a la hora de buscar fuentes especializadas, cuando hablaba con mujeres académicas o científicas me decían que no estaban seguras si podían hablar con autoridad aunque fueran eminencias en su campo. Según un estudio muy reciente de la universidad de Jaén, el 70% de las fuentes citadas en artículos de prensa digital son hombres. Cuando somos mayoría de graduadas en educación superior desde hace ya algunos años.

El caso es que andamos revisando el síndrome de la impostora, esta falta de autoestima endémica pero creo que lo estamos haciendo en la dirección equivocada. No hay que reducirlo, hay que ampliarlo. Yo creo que el síndrome de la impostora no es que nos lo tengamos que quitar las mujeres, es que lo debería tener toda la población. El síndrome de la impostora tiene que democratizarse.

En dosis razonables es estupendo tener la seguridad y el orgullo a raya, te ayuda a ubicarte, a tomarte muy en serio lo que dices y lo que escribes, a escuchar a los demás. ¿Tú te imaginas, por ejemplo, a Arturo Pérez Reverte o a Elon Musk o a Netanyahu con la autoestima de cualquier mujer de Madrid de 30 años? Es que ahí se acaban los problemas.

Mark Zuckerberg firmaba las condiciones de uso del primitivo Facebook como amo y señor enemigo del estado. Cómo le hubiera venido de bien a esa criatura y a todo el planeta un poco de síndrome del impostor ¿Te imaginas que todos los caballeros borrachos de autoestima que gobiernan nuestros destinos de repente un día se levantaran con la misma confianza en sí mismos que tu amiga más lista y más eficaz? Esa amiga que fue la primera de su promoción en derecho pero aún así se lee los mails 4 veces antes de mandarlos.

Síndrome del impostor básico universal, nadie sin el suyo. Y cambio inmediato de los mantras de autosuperación que mencionábamos al principio por otros. Propongo: “publicar un libro, no me convierte en Carmen Martin Gaite”, “tener un micrófono y un teléfono, no me convierte en Jesús Quintero”, “voy a pensarlo mejor antes de dar una respuesta”, “quizá mi opinión no es tan importante” o el clásico imbatible “Perdón, me he equivocado”.

 
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