Es que soy rico

Galicia

Hubo un tiempo en que para algunas cosas no estaba clara la diferencia entre ser rico y ser pobre. De hecho, la diferencia estaba clarísima, pero daba igual tener muchísimo dinero que no tener nada. Nunca te alcanzaría para hacerte con cosas que, en el fondo, carecían de precio, no se vendían, pues de ellas dependía la igualdad efectiva de todos los ciudadanos al margen de su condición personal o social. Remitía a la esencia de la democracia. Pero ese tiempo empezó a resquebrajarse cuando los superricos dejaron de conformarse con ostentar el poder económico. Decidieron que pequeño caramelo era ese. Había ya demasiada gente millonaria, como si hasta los pobres pudiesen serlo, así que necesitaban más. Pusieron entonces la vista en otros poderes, y en el país donde parecía imposible, porque su democracia se dotaba de sabios y complejos contrapesos, los alcanzaron. Un día se preguntaron en voz alta lo que hasta en ese momento solo se atrevían a pensar para ellos: ¿Por qué no puedo mandar mucho más, y hacer todo lo que quiera, si soy riquísimo? De qué vale hacerse supermillonario si no tienes cualquier cosa que desees a tu alcance. Y ya están mandando, y pensando en qué pueden al fin hacer que antes no podían. Son a la vez el poder económico, el ejecutivo y el legislativo. Nadie les puede negar nada. Ni lo más monstruoso. Y si les preguntas por qué lo hacen, te dirán «Es que soy rico». Pero si la respuesta no te gusta, tienen otra aún más atroz: «Porque me dejasteis».