"Vale la pena luchar para ver si este país cambia": Gambia, 567 especies de pájaros
Miles de jóvenes gambianos intentan ir a Europa en patera cada año, pero muchos otros se quedan e intentar transformar la realidad de su tierra natal
Gambia, el país de las 567 especies de pájaros
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Gambia
En Gambia hay 567 especies de pájaros. Un dato que, dadas las dimensiones del país, el más pequeño del África continental (y el sexto de menor tamaño de todo el continente) da una idea de la diversidad que atesora. Situado en la costa occidental africana, está totalmente rodeado por Senegal excepto por su linde izquierda, bañada por el Océano Atlántico; y atravesado por un río que lleva su mismo nombre, el río Gambia. La anchura del país no llega a los 50 kilómetros. Su población es de alrededor de dos millones y medio de habitantes, y la democracia llegó a los gambianos hace tan solo ocho años, tras más de dos décadas de dictadura.
Según un estudio de la ONU, un 40% de los habitantes de Gambia son pobres. Dos tercios de ellos se dedican a la agricultura (principalmente, al cacahuete), lo que provoca, sumado a la falta de oportunidades laborales, que alrededor del 9% de la población joven trate de emigrar a Europa cada año por la peligrosísima ruta senegalesa. Sin embargo, muchos otros deciden quedarse e intentar transformar la realidad de su tierra natal. Formarse, asociarse y cambiar su país. Algunos de ellos trabajan con la fundación ITT Gambia, de origen español, radicada en la región occidental del país africano, que trabaja sobre el terreno llevando a cabo proyectos que fomenten el desarrollo integral de las comunidades rurales. Y que tiene un lema muy llamativo. Su objetivo es "desaparecer". Es decir, no es la típica ONG de voluntariado, sino que trabajan asociándose con personas locales para dar asesoramiento y financiación a los proyectos sociales que tienen lugar allí, gestionados por gambianos, con el objetivo de que el papel de la fundación acabe por no ser necesario.
Roberto San Miguel, uno de sus directores, asegura que "el sistema que tenemos en Europa no tiene por qué funcionar en Gambia. Lo que hay que hacer es escucharles y huir del paternalismo". "Nosotros siempre decimos que no somos cooperantes, somos compañeros de trabajo. Lo que nos costó muchísimo es que entendieran que no somos sus jefes, porque ellos cuando ven a alguien de Europa consideran que es más listo, entonces nos costó mucho tiempo trabajar en una estructura horizontal", añade. Adriana Valencia, miembro de ITT Gambia, asegura que "para poder hacer tienes que estar y tienes que conocer". Es por ello que todos los miembros de la fundación residen allí, y aunque el proyecto nació en el año 2006, Eva López, otra de sus directoras, asegura que aún queda mucho por hacer: "Desde el primer momento nos dimos cuenta que Gambia era un país en el que faltaban muchas cosas. No hay una miseria generalizada, no pasan hambre, pero sí hay mucha falta de infraestructura".
Educación como clave para el desarrollo
La principal línea de trabajo de ITT Gambia es la educación. La tasa de alfabetización en el país es, aproximadamente, de la mitad de la población, y la cifra difiere entre hombres y mujeres. La fundación gestiona dos escuelas en dos zonas rurales: Sare Bigi y Manduar. En ellas hay escolarizados más de doscientos cincuenta niños de entre 3 y 8 años, lo cual es algo fundamental en este tipo de áreas, ya que la educación gratuita en Gambia empieza a los ocho años, y se nota mucho la diferencia en el desarrollo de los niños que han podido asistir antes a la escuela, y los que no. "Sus padres no tuvieron lo que tenemos aquí, no había nada parecido a una escuela infantil. Empezaron su educación cuando eran mayores. Esa es la razón por la que algunos de ellos ni siquiera la completaron. Porque antes de que puedas terminarla, ya eres mayor. Y si eres una chica, te dirán: 'tienes que casarte'. Y si eres un chico, te dirán: 'tienes que encontrar una esposa y casarte", reflexiona Remmey Sambou, director de la escuela de Sare Bigi. "Aquí no bromeamos con la educación. La educación es la clave del éxito en el desarrollo del país", sostiene. Un extremo que confirma Arokie Maneh, directora de la escuela de Manduar: "Aquí, en esta escuela, los niños tienen la oportunidad de asistir a la educación infantil gratis. Y eso trae mucho desarrollo para el pueblo". La prueba fehaciente de ello es lo que dicen las familias de los niños. "La educación abre sus mentes. Tener estos colegios en la zona hace que quieran saber más cosas y tengan la oportunidad de tener el futuro que nosotros no hemos tenido", declara Isaotu Bah, madre de uno de los alumnos.
Otra de las líneas de actuación de la fundación son los proyectos medioambientales. Un tema especialmente candente en Gambia, un país que, además, es particularmente vulnerable al cambio climático por sus condiciones geográficas. En 2017 China invirtió 33 millones de dólares en el país, y a cambio el gobierno de Gambia entregó al gigante asiático licencias pesqueras prácticamente ilimitadas. Según muchos gambianos, las empresas chinas están sobre explotando y contaminando las aguas y deforestando la costa. Por otro lado, estas compañías han instalado tres plantas de procesamiento de harina de pescado muy cerca de las playas. Allí se fabrica este producto, que después se lleva a China para alimentar a los peces de las piscifactorías que, a la postre, son vendidos a Europa y Estados Unidos. Un sistema a todas luces muy poco sostenible, pero que es muy representativo de la situación que están viviendo varios países de África. Prueba del malestar que hay en Gambia con esta problemática es que el Gobierno no ve con buenos ojos que se hable del tema. Varios activistas medioambientales han sido detenidos y amedrentados por la policía por protestar o hacer declaraciones a los medios al respecto. Mohamed Nabbi, pescador en la zona, incluso asegura que las empresas chinas cortan las redes de sus barcas de pesca.
Costa y aguas contaminadas
Musa Bojang, miembro de la asociación de activismo medioambiental Gunjur Youth Movement, expresa este hartazgo: "El medioambiente ha sido degradado por personas que ni siquiera son gambianas. Hemos sido contaminados por tierra, mar y aire. Y creemos que debemos hacer algo. Una de las plantas de procesamiento ha estado tirando los residuos al mar, y contaminando el agua. Y esto es muy poco amistoso para la navegación humana. Algunos de los chicos del pueblo van a nadar a la playa, y no sabemos qué tipo de desperdicios están tirando al agua. Han estado sobre pescando en nuestra comunidad. Los bancos de peces están disminuyendo, y el pescado es la principal fuente de proteína para esta comunidad y para Gambia". Un problema que, además, repercute en la migración: "Algunos de los que tenían el pescado como fuente de ingresos han virado su atención a algo más lucrativo: usar sus barcos para llevar a jóvenes africanos a arriesgar sus vidas en el mar", cuenta Musa.
Para tratar de equilibrar esta situación, en Gambia existen movimientos como el que lidera Bubacar Camara, que posee una pequeña empresa llamada Precious Plastic Gambia, centrada en recopilar toneladas de plástico que luego convierte en artículos para vender: "El medioambiente no debería ser perturbado por ninguna actividad a la que llamemos desarrollo. Debería ir en línea con las políticas y las leyes de cada país. Si no te ocupas del medioambiente, el medioambiente se ocupará de ti. Así que tenemos que asegurarnos de que lo cuidamos bien, y el nos cuidará bien a nosotros. Y todo el mundo en el país debería ser consciente de ello", reflexiona.
La igualdad de género, una asignatura pendiente
En Gambia existe otro proyecto similar. One Plastic Bag es el sueño de Isaotu Ceesay, un referente histórico del asociacionismo feminista en Gambia, descendiente de refugiados malienses. Su actividad es muy parecida a la de la empresa de Bubacar, pero tiene un segundo objetivo: Isaotu sólo contrata a mujeres, con el fin de proporcionarles ingresos adicionales que les ayuden a lograr independencia económica de sus maridos. La igualdad de género en Gambia está muy lejos de ser una realidad (la ablación de clítoris fue legal hasta hace diez años), pero hay mujeres, como Isaotu, que se dejan la piel desde hace muchos años para acercarla un poco más. "Ser activista no es algo que haya aprendido en ningún sitio. Es algo que siento, que hay cambios que deben hacerse. Y siempre he probado las cosas sobre mí misma, y me ha cambiado la vida. Me ha hecho convertirme en una persona independiente, y me ha dado confianza para hacer las cosas que quiero hacer. Y me ha dado un modo de mirar a los problemas que afectan a los individuos globalmente", sostiene. Isaotu coincide con muchos de sus compatriotas en que lo más urgente para su país es la educación: "Lo que la mujeres gambianas necesitan más es sensibilización. Necesitan sensibilizarse, necesitan ser educadas y entrenadas para entender quién son. No hay nada imposible. Lo que es importante es la preparación de la gente. Y veo que el poder está en la gente joven, y están preparados. Creo que, juntos, llevaremos a Gambia a donde queremos en el futuro".
Con un objetivo similar, aunque con una actividad muy diferente, trabaja Adama Jarju, ex futbolista profesional, actual entrenadora y presidenta de un club de la primera división femenina gambiana, y directora de la academia de fútbol para niñas Yakarr Football Academy, con la que intenta darle un estilo de vida alternativo a las mujeres gambianas. "El deporte es más que una pasión. Es una oportunidad e trabajo para los jóvenes, es una profesión. El deporte puede cambiar una vida. Cuando se juega en equipo, puedo inspirar a las niñas a ser mejores personas. Porque soy un modelo a seguir para ellas. Para mí es un proceso de aprendizaje continuo", dice Adama que, al igual que Isaotu, tiene esperanza en que sociedad evolucione: "Creo que las cosas cambiarán. Hay mucha gente joven trayendo desarrollo. Según crecen, afrontan sus desafíos y creen que pueden hacer cosas aquí, en Gambia. Por eso verás a muchas asociaciones abogando porque los jóvenes no cojan una patera. Porque las pateras matan. Se están llevando la vida muchos de nuestros chicos y chicas".
Pero el asociacionismo funciona también a un nivel más local. En Brikama, la segunda ciudad más poblada de Gambia, se organiza diariamente un mercado que cada mañana se atesta de cientos de mujeres que compran y venden las más diversas mercancías. Cerca de allí se encuentra la aldea de Amdalai, donde las mujeres locales han puesto en pie una asociación. Su presidenta, Bintu Jajur, lo explica así: "Hacemos todo tipo de trabajo. Somos las mujeres del poblado. Donde nos llaman, vamos. Si hay que cultivar un huerto, o si hay que quitar unas malas hierbas, estamos ahí. Esto lo hacemos para que funcione la asociación. Y lo que cobramos por nuestra actividad, lo repartimos". Fatou Darbo, miembro de la asociación, asegura que ha sido muy positiva para la vida de Amdalai: "El trabajo de la asociación nos está llevando hacia adelante. Ya no tenemos que pedir nada más a otras personas. El dinero que ganamos con este esfuerzo nos sirve para solucionar cualquier problema".
Jóvenes que deciden quedarse
Y como ellas, muchos otros gambianos han tomado conciencia de la realidad de su país, y han decidido quedarse para luchar por él. Ammadou Jallow, el tercer director de ITT Gambia, un joven gambiano que habla en un impecable castellano, es uno de ellos: "Ahora mismo hay mucha gente con mentalidad abierta, y eso está haciendo que esta generación se desarrolle poco a poco más que la de mis padres. Yo estoy bien aquí, y vale la pena luchar para ver si este país cambia". Por otro lado, asegura que lo que perjudica a los jóvenes es la falta de oportunidades: "Aquí lo que nos jode es que cuando terminas los estudios no sabes dónde tienes que ir a trabajar, qué se te ofrece para ganarte la vida".
Migrar en Gambia, en palabras de Ammadou, es una "moda". Y es posible que eso se deba a la falsa imagen de éxito que los emigrados envían de vuelta a sus compatriotas. Abdulai Jallow, padre de Ammadou, así lo cree: "Todos los niños piden a Dios ir a Europa. Y es muy difícil cambiar eso, porque no ven lo que sale mal, sólo lo que sale bien". Una realidad que él conoce muy de cerca: "Mi hijo se fue sin saber lo que había allí. Él tenía aquí un coche, trabajaba con el turismo, y lo dejó todo, se fue y se murió en una patera".
Un cambio se empieza, al menos, a atisbar en Gambia. En Sare Bigi, una zona rural del oeste del país, los adolescentes y jóvenes locales han fundado una asociación llamada Concerned Youths of Sare Bigi, que organiza todo tipo de actividades. "Antes no teníamos esta conexión entre nosotros, entre los jóvenes. Pero ahora, gracias a la asociación crecemos más fuertes. Estemos donde estemos, estamos juntos. Nos apoyamos en cada situación, nos pedimos opinión y consejo, y todo es gracias a la asociación", asegura Suttura Sowe, su presidente. Fatima Ceesay, vicepresidenta, de 19 años, es la prueba viviente de ello: "Los jóvenes somos los que vamos a construir la sociedad, no los mayores. Y ese es nuestro derecho y nuestro deber para los que vendrán después".
A buen seguro, el pundonor de jóvenes como ellos no será suficiente para cambiar la realidad de un país cuya situación está motivada por las más profundas raíces del sistema global. Pero será, sin duda, indispensable para asistir a un cambio que se empieza a vislumbrar en el horizonte de Gambia. Un país que, al igual que sucede con todo el continente al que pertenece, se suele analizar desde una perspectiva muy poco amplia, pero que en el que hay tanta cultura y tantas ideas como en cualquier otro, y que es tan diverso como sus 567 especies de pájaros.