Maduro, presidente fraudulento

Madrid

Se aguanta porque le apoya la fuerza: el Ejército y la policía. Pero ningún país del mundo libre. Solo los peores, las dictaduras rusa, china e iraní le han bendecido. Nicolás Maduro ha sido reelegido tramposamente presidente de Venezuela por una Asamblea carente de legitimidad. No ha podido acreditar que ganase las elecciones. Se ha negado a hacer públicas las actas. Algo que de entrada está mal. Pero todavía resulta peor cuando la oposición sí hizo pública la mayor parte del recuento de papeletas, que daban la victoria al candidato de la oposición, Edmundo González.

Cuando uno se aguanta por el poder de la fuerza, parece imbatible. Pero si eso significa que carece de la mayoría social, como todo indica que es el caso, se trata de un poderío quebradizo: como el de tantos autócratas. No exhiben la resistencia del junco. Sino la vulnerabilidad del hierro.

El escenario teatral de la toma de posesión así lo corrobora. Caracas tomada a punta de soldados y policías. Las calles vacías. La líder moral de la oposición, Corina Machado, detenida por un tiempo. Al vencedor, se le prohíbe la entrada en su país, bajo amenaza de arresto. Menos mal que no ha habido muertos.

Una lección, triste, pero ilustradora: los Estados no reconocen Gobiernos, sino Estados. Los demás no pueden colocar en el poder a los vencedores electorales, si por la fuerza alguien lo impide; pueden, eso sí, presionar, incluso sancionar, pero no mucho más. Algunos no lo entendieron. Pero así funciona la diplomacia y las reglas del poder.