Ilusión

Madrid

Cuando era pequeña, la noche de reyes era todo un acontecimiento. Mis padres, por edad pertenecen a la generación de los baby boomers, pero como muchos de sus coetáneos en España empezaron sus vidas como la generación anterior, la de la escasez y el silencio. La noche de reyes en mi casa era casi una venganza de clase, mis padres se aseguraban de que nuestras cartas llegasen a sus majestades claras y a tiempo, nunca faltó nada de lo que pedimos, todo aparecía perfectamente colocado, casi como un decorado, en el saloncito de casa. Ni mi hermano, ni yo, éramos criaturas especialmente caprichosas, estábamos educados en la responsabilidad y sabíamos que ni siquiera de la magia de puede abusar, en cualquier caso, nuestras mañanas de reyes eran la definición exacta, casi cinematográfica, de lo que se entiende por una infancia feliz. La magia la ponían los reyes magos pero una cosa que no podíamos evitar era acudir corriendo a la habitación de mis padres a invadirles la cama, celebrar el milagro y darles las gracias. No sabíamos por qué, pero nos salía de forma instintiva. Con los años lo entiendo mejor y sé que no les pasaba desapercibido, no era por los regalos, era por la ilusión, que en definitiva es de lo que se nutre una noche como la que viene, y de lo que se debería nutrir toda infancia. Poder ejercer el derecho a la ilusión crea futuras buenas personas, que la transmitirán a la siguiente generación. Y una humanidad ilusionada es una humanidad con futuro.