Manos en el fuego
"Quizás lo más inteligente sea alegar que se te dan fatal las metáforas, que siempre suspendías literatura, que eras y que sigues siendo un poco burro"
Manos en el fuego
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Galicia
Qué peligrosas son las metáforas. Y eso que solo son metáforas. Pero ser solo metáfora, sin más, abre ya la posibilidad de ser cualquier cosa. Se vuelve tan resbaladiza que no sabes a qué atenerte, como cuando te preguntan si pondrías la mano en el fuego por alguien. «La mano en el fuego» parece un hermoso hallazgo, un juego del lenguaje, pero en el que es fácil quedar enjaulado. Si contestas que sí, te expones a que la respuesta te persiga toda la vida. Si dices que no… tampoco es la panacea. Hace años, en la cafetería del Parlamento de Galicia, le pregunté a un diputado si él la pondría por un compañero de su partido, y se echó a reír. «Pero hombre; nunca pongo la mano en el fuego por nadie; ni siquiera por mí. Por mí menos que por otros», dijo. Hay preguntas para las que no existe la respuesta correcta. Quizás lo más inteligente sea alegar que se te dan fatal las metáforas, que siempre suspendías literatura, que eras y que sigues siendo un poco burro. Nunca está de más hacer algo de autocrítica. La vida dura lo suficiente como para aprender que no se juega con el fuego. En último término, puedes alegar lo que el escritor Elwyn Brooks White, cuando en 1956 recibió una invitación a unirse a una organización de científicos e intelectuales que apoyaban la reelección del presidente Eisenhower. En la carta de respuesta se limitó a escribir: "Gracias por su invitación, pero debo declinar por razones secretas".