Los tories, en el rincón de llorar

Margaret Thatcher no era una mujer de carácter particularmente avainillado. Tenía mucho mando. Parecía como si, en vez de “papá”, “mamá” o “agua”, sus primeras palabras hubieran sido “lo quiero para ayer”. Estuvo diez años de primera ministra en Reino Unido sin que ningún valiente se atreviera a chistarla. Pero el día que lo dejó, al cruzar la calle para volver a Downing Street, le habían cambiado ya la cerradura del despacho. La política es dura, la política británica tiene una crueldad aún más cortante y hoy a quien le toca la mudanza -por no decir la evacuación- es a Rishi Sunak.

Quizá sea difícil definir a Sunak como justo, pero sin duda ha pagado por pecadores como Truss y Johnson. El de Lizz Truss fue un mandato efímero pero ha quedado como una vergüenza permanente. Boris Johnson, en cambio, fue acogido con una confianza tan mayoritaria como la que al poco tiempo traicionó.

Desde el siglo XIX, el partido conservador británico ha creído ser “el partido de la nación”, por antonomasia, y ha sido sin duda una máquina política prodigiosa. Pero lo que tiene la democracia es que la nación vota a quien le da la gana. La última vez que ganó el laborismo, los conservadores estuvieron una década caminando a tientas por la selva. A ver cuánto tiempo pasan ahora en el rincón de llorar.