"Se mezcló con mis lágrimas": Maruja Torres y lo que le hizo llorar tras las elecciones legislativas en Francia

Madrid

Hay pocas cosas que una mujer de mi edad pueda hacer para defenderse del Mal. Yo me relajo con mascarillas. Según el disgusto, si es menor, uso las que me regalan en la farmacia. Van bien para la taquicardia, porque mientras le das a pómulos y frente te va entrando un cansancio, hasta de ti misma, que aleja los puñales.

Si el soponcio es de proporciones épicas, producido, pongamos, por sentencias más vengativas que justicieras y claramente antidemocráticas, paso a mayores. Dispongo de un aparatito con rayos led, y de unas mascarillas ideales para encajar retrocesos democráticos con las mandíbulas apretadas, la cabeza muy alta y el cutis por bandera.

He de confesar que lo de Francia rompió esos rituales. Me fui directamente a la cocina, cogí un Camembert que guardaba para grandes ocasiones y me lo extendí del pelo al cuello, pasando por las orejas e incluyendo la corteza. Luego fui a por la botella de Veuve-Clicquot que atesoraba para acompañar el queso y me la eché por encima desde lo alto de la cabeza.

Aún a costa de pareceros cursi os diré que el champán se mezcló con mis lágrimas. Porque la primera vez que fui libre y feliz fue en París, cuando aquí éramos tristes y parias gracias al fascismo que, en todas partes, tantos añoran.