El combustible
"Todo estaba mudo y, de pronto, todo hablaba. Era un lenguaje aterrorizado, pero un lenguaje que yo sabía escuchar. Las cosas del mundo se volvieron sólidas y apareció, en medio del dolor ácido y vengativo, un presagio juvenil: más adelante todo estará bien"
El combustible
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Buenos Aires
Nada estaba mal pero nada estaba bien. Llevaba meses habitando un tiempo escayolado, rígido, anestésico. Entonces, de pronto, ocurrió una fantástica desgracia –pequeña, pequeñita- y un mecanismo de demolición, una broca destructora avanzó sobre la vida. Yo, que nunca espero nada, que no cultivo ilusión por hombre o por mujer, que evito todas las formas del encantamiento apegada a mi canción de cuna –“antes o después todos somos miserables”-, no esperaba eso. De modo que, cuando llegó, sentí que había comprado entradas para una función de circo que era, en realidad, el laberinto del horror. Fue como escuchar la frase “Voy a matarte” pronunciada con la desaprensión con que se echa azúcar al café. Primero sentí el puntazo del dolor como una descarga eléctrica. Y entonces, milagro: mientras contemplaba cómo se abrían las fauces del abismo, desperté. Del maleficio o del hechizo. Al fin pasaba algo desbordante, el impacto de un buque descontrolado que no iba a fallar en su embestida. Ahora tenía una gran tarea: dar inicio al arte de perder. Fue como si el empujón seco, oscuro y mágico, me hubiera devuelto a mi naturaleza de cal y de salitre. Antes no había nada y de pronto había de todo. Las ideas se agolpaban como peces contra una compuerta. No se sabía qué escoger, por dónde empezar. Todo estaba mudo y, de pronto, todo hablaba. Era un lenguaje aterrorizado, pero un lenguaje que yo sabía escuchar. Las cosas del mundo se volvieron sólidas y apareció, en medio del dolor ácido y vengativo, un presagio juvenil: más adelante todo estará bien. Leí unos versos de Xavier Villaurrutia: “Lo llevo en mí como un remordimiento, / pecado ajeno y sueño misterioso/ y lo arrullo y lo duermo/ y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto”. El mar que habito se está llevando algo. Se lo lleva de a poco y lo miraré morir. Será mi combustible. Y, cuando muera, le guardaré el secreto.