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Lisandro Alonso: "Si no hubiera existido el wéstern, ¿existiría Donald Trump? ¿Tendríamos otro mundo? Son preguntas que me hago"

El director argentino estrena la ambiciosa 'Eureka', una experiencia cinematográfica que empieza como una caricatura en blanco y negro del wéstern para luego viajar a una reserva india de Norteamérica y a la Amazonia brasileña

El director argentino Lisandro Alonso / ATALANTE FILMS

Madrid

Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975) es uno de los autores de referencia del cine argentino del siglo XXI. Sus películas son una experiencia, una revelación donde los espacios y las imágenes surgen antes que los personajes. Tras diez años desde su última película, Jauja, el director regresa con Eureka, un experimento de western en el que vuelve a contar con Viggo Mortensen. "Me había quedado con las ganas de filmar con esos dos indios que le roban el caballo al personaje de Viggo Mortensen y lo dejan a la deriva y prácticamente cerca de la locura y la muerte. Y empecé a pensar inmediatamente quién había representado a indios en el cine. Inevitablemente caí en el western americano y después dije, bueno, sería interesante para mí que nací viendo esos westerns que me influyeron y entraron de alguna manera culturalmente en mi forma de pensar el cine, tratar de hacer un prólogo y desmitificar mucho del western", explica el director en una sala de Casa América de Madrid, donde atiende a los medios antes de la presentación de la película.

Como si Viggo Mortensen fuese el John Wayne de Centauros del desierto en la búsqueda de una hija o una sobrina, Alonso utiliza ese prólogo bajo los aparentes cánones del cine americano para desmontar y satirizar su propio imaginario. "El western americano tácitamente invitaba a los indios a ser protagonistas de sus conflictos y sus historias, pero los des-representaba de alguna manera, hacía como una caricatura de sus propias vidas. No se habían tomado el tiempo real para entender cómo eran, que sentían, qué creencias tenían. Y me pareció que era interesante ponerlo a modo de farsa y entretenimiento al comienzo de Eureka y después ver en tiempo presente cómo es la vida de esos descendientes de indios que fueron retratados o usados para generar una industria una industria cinematográfica que invadió el mundo entero".

Esa puerta de entrada a Eureka, también con Chiara Mastroianni, es solo una excusa para iniciar una reflexión sobre el colonialismo, el de la tierra y el de las imágenes, que han configurado una visión excluyente de los pueblos nativos y a su vez han moldeado socialmente y políticamente el último siglo. "Esa cosa del hombre macho que el que saca el arma primero es el portador de la verdad y de la justicia se originó ahí", empieza citando Meridiano de sangre de Cormac McCarthy como punto de partida y lo conecta con el presente. "Me hizo pensar metafóricamente que hoy, en el 2024, no estamos muy lejos de eso. Hay diferentes herramientas para lograr los mismos objetivos de locura y demencia. Yo vivo refugiado un poco en la Patagonia argentina, con nuestros problemas, que son muchos, pero si uno levanta un poquito la cabeza ve que hay cierta vertiginosidad en el mundo, ¿no? Si no hubiera existido el western, ¿hubiera existido Donald Trump? ¿Si hubieran existido otro tipo de películas, tendríamos otro mundo? Quizás no y quizás sí, es algo que me pregunto. Hay que poner un poco más de atención, sobre todo los encargados de producir imágenes, a qué tipo de contenido o propuestas tenemos", argumenta y establece otra conexión interesante.

"Si uno lleva al día de hoy lo que fue el western en su momento, lo podría comparar con el contenido que que ofrecen las plataformas. Y posiblemente si yo veo dentro de 20 años lo que hoy proponen las plataformas, va a ser un contenido obsoleto, ridículo, vacío, de puro entretenimiento, que generó millones y millones de dólares a no sé a quién y que a mí no me hicieron ver ni entender a mi vecino. Creo que en el mundo están pasando cosas que por más que estamos más informados y tenemos el teléfono al alcance de la mano, los resultados de las democracias dejan mucho que desear. No sé porque te estoy contando esto, pero, en fin, habría que prestar un poco más de atención a lo que hacemos y lo que consumimos", añade cayendo en la propia trampa de lenguaje de los tiempos donde las películas son contenido consumible.

Cineasta acostumbrado a romper el tiempo, aquí deja claro que es una invención humana, Lisandro Alonso transporta al espectador a dos espacios. Al presente de la reserva americana de Pine Ridge a través de los ojos de una policía y una joven que quiere dejar ese decadente lugar, un espacio atrapado en su propio tiempo y agonía, en la violencia, la muerte y la imposibilidad de prosperar. El director, acostumbrado a pasar tiempo conociendo e investigando a los habitantes de sus historias, entró en esa comunidad para crear un vínculo de confianza. "Es muy enriquecedor para mí como persona y como cineasta. No se trata de llegar con una idea escrita en la Ciudad de Buenos Aires y decir, ah, bueno, voy a hacer una película de indios. Es mejor sentarte y escuchar un poco lo que tienen que decir esas personas que vas a filmar", defiende de su propio método y trabajo de campo, lo que le permitió hacerse una idea de ese lugar y su difícil supervivencia.

"En Norteamérica los indios viven en un lugar delimitado que tiene más similitudes con un campo de concentración que con una reserva. Viven sobre un pedazo de piedra donde no pueden sembrar nada porque no crece nada. Tienen esos problemas porque o tienen visión de futuro o porque no tienen visión de futuro, tienen relación con sus ancestros y tienen una idea de quiénes fueron y lo que representaron para Estados Unidos a través del cine, a través de la literatura, a través la leyenda. Fueron los primeros que pisaron el suelo, no hace tanto, 500 o 600 años, y hoy ven que ya no son eso ni van a ser nunca como los blancos. No tienen pasaporte, no tienen documentos, no van a la escuela y es como que son muy orgullosos de eso que fueron y me parece que no se van a doblegar, no les van a pedir ayuda a esas personas que sienten que fueron los que los traicionaron y los que los mataron. El sueño americano no fue pensado para los indios", analiza tras trabajar con un elenco de actores no profesionales, incluso Lily Gladstone rechazó uno de los papeles.

De esa reserva, cerrada y asfixiada, Lisandro Alonso desplaza el relato a la Amazonia brasileña de los años 70, un vasto y rico entorno natural, de sueños y contemplación, donde también emerge la violencia y la disrupción del capitalismo en una aldea con una mina de oro. "En Latinoamérica, la cuestión de los indios es diferente. Los pongo ahí como una metáfora de que viven más cerca de la naturaleza y se despiertan contando sus sueños. Pero no veo que sean muy diferentes a la gente que vive a tres cuadras de mi casa. Nosotros somos todos así, a los latinoamericanos lo único que nos salva es que tenemos buen clima. Si hubiéramos tenido el frío que tienen en Norteamérica, estaríamos todos muertos, porque las condiciones que tenemos, políticas y económicas, no son muchas. Me pareció que era una buena forma de plantearlo metafóricamente, que todavía no hay progreso, tenemos democracias que son muy fallidas, muy recientes, pero igual podemos darnos el lujo de despertarnos y soñar con que nuestra realidad económica va a ser mucho mejor pasado mañana".

Eureka es un auténtico viaje sensorial, bello y misterioso, apoyado en la fotografía de Mauro Herce -responsable de títulos, por ejemplo, como O que arde-, que invita a moverse entre culturas, tribus y tiempos, entre la inmensidad natural de la selva y las parcelas reservadas a indios en Norteamérica. Lisandro Alonso vuelve a temas recurrentes, como la memoria, los antepasados y la herencia cultural, aquí suma una reflexión más explícita sobre la colonización y el progreso, o no el progreso, sobre un futuro que opera bajo los mismos códigos del western, sobre un mundo de fronteras, control y represión que solo las aves, metáfora de la libertad, pueden sortear.

La película se presentó en Cannes el año pasado, festival que ha acogido e impulsado la carrera del director argentino, el cineasta de lo remoto y de la tierra, siempre interesado en mirar y explorar otras formas de vida desde una sala oscura y una experiencia compartida. "Yo me eduqué pensando en que uno iba a dedicar una hora y media en una propuesta que iba a cortar mi conexión con el mundo. Alguien me dijo ayer que para sus alumnos el concepto de sala cinematográfico es obsoleto, ellos ya no dicen, quiero ser un director de cine. Ellos quieren ser showrunner, no sé bien qué es un showrunner, no conozco ninguno con nombre y apellido. ¿Quién es Netflix? ¿Tiene nombre y apellido? ¿Lo puedo llamar? No sé quién es Netflix o no sé quién es Amazon, no sé qué criterio tiene, si le interesan las mismas cosas que a mí. Años atrás uno firmaba y producía, esto es una película de Francis Ford Coppola, yo sé que a Coppola le gusta esto y vota a este. Ahora es todo difuso, otro mundo", concluye.

José M. Romero

José M. Romero

Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

 
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