Opinión

Esos colegios que nadie quiere

Las familias tenemos, como preferencias para los colegios de nuestros hijos, cosas que se pueden decir abiertamente, pero también otras que no nos decimos en voz alta ni a nosotros mismos

Imagen de archivo de un colegio público. / Cadena SER

Estaba escrito que la caída de la natalidad iba a crear un factor más de tensión en nuestro sistema educativo al obligar a los centros a una lucha casi siempre desigual e injusta para conseguir nuevos alumnos. Para los privados concertados la crisis demográfica representa un problema de supervivencia empresarial. Pero también para los centros públicos es un drama, ya que tienen igualmente la amenaza de una muerte lenta por el cierre progresivo de aulas y a esto deben añadir la estigmatización social y la frustración de su profesorado.

España no es país para hijos

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En Zaragoza, ciudad que por su falta aparente de grandes singularidades siempre es un buen termómetro de lo que pasa en la sociedad española, este año han sonado las alarmas al comprobarse que en el proceso de elección para el curso 24-25 ha habido diez centros que han tenido diez o menos solicitudes y que quedan así señalados como esos colegios a los que nadie quiere ir.

No obstante, el problema demográfico -que al mismo tiempo podría ser una oportunidad para mejorar las condiciones en los centros más estresados- tiene una consecuencia todavía peor: que nos enseña de forma descarnada una fotografía nada amable de nuestra sociedad.

Al haber menos demanda, la capacidad teórica de elección de centro por las familias aumenta. Pero la idea de que la suma de las elecciones individuales producirá un mejor resultado colectivo no siempre se cumple, al menos en educación. Porque las familias siempre querremos para nuestros hijos cosas que se pueden decir abiertamente, como una educación bilingüe o buenas instalaciones deportivas. Pero también otras que no nos decimos en voz alta ni a nosotros mismos: preferimos colegios en los que nuestros hijos solo se relacionen con compañeros de clase social igual o superior a la nuestra y que no tengan muchos inmigrantes.

Hacer que la libertad de elección de las familias no termine creando una segregación educativa que se convierta en una fuente inagotable de desigualdad social y fracaso escolar es un tema que preocupa desde hace tiempo a los sociólogos de la educación. Y no tiene respuestas fáciles, aunque en muchas de las ciudades más avanzadas del mundo se experimenten sin cesar fórmulas para conseguir un mapa escolar donde los alumnos vayan a un centro lo más cercano posible y cuyo alumnado represente de forma equilibrada la realidad social de su entorno, sin guetos pero también sin torres de marfil.

Un bajo nivel de segregación residencial en los colegios es, además, una pieza fundamental para tener mejores ciudades. Se evita ese aluvión de hipertrofiados SUVs que todas las mañanas cruzan la ciudad para llevar a los hijos a su colegio ideal y se crean calles y barrios seguros y habitables gracias a la vida generada por las escuelas a su alrededor.

No es una apuesta arriesgada suponer que en esa lista de "los colegios que nadie quiere" abundan los que tienen incluso más de un 50% de alumnos de origen extranjero. Desde luego, eso no deja en muy buen lugar a la sociedad española en cuanto a su nivel real de racismo y de xenofobia, pero, además, pone en duda la calidad de nuestros criterios de elección. Porque es en esos colegios condenados por el estigma social donde a menudo se da el mayor nivel de innovación educativa y de compromiso vocacional de los docentes para que sus alumnos consigan el éxito educativo.

Por eso se comprende bien la doble frustración de esos profesores cuando llega el proceso de elección y su centro parece no interesar a nadie: les pone una nube negra sobre futuro e ignora su extraordinario desempeño educativo en un entorno de máxima dificultad. Esos colegios que nadie quiere son en realidad el horno donde se cuece la realidad social de mañana. Ignorarlos o arrinconarlos no es una buena idea para el futuro del país.

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José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 
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