Corrupción: nada sorprende, pero todo decepciona

Madrid

Mario Conde posaba como el ejecutivo del siglo mientras llevaba a sus accionistas a la ruina. Luis Bárcenas, tras actualizar el Excel de su contabilidad B, martirizaba a los becarios por hacer demasiadas fotocopias. Jordi Pujol, por su parte, ejercía de sobrio patriarca ante la ciudadanía al tiempo que se pirraba por las opacidades bancarias de Andorra más que por sus pistas de esquí. Paco Granados, en fin, clamaba en televisión que era trigo limpio: al poco le descubrían un zulo en casa con dinero maloliente.

Sí: hemos visto de todo entre los corruptos a la española. Castos jurisconsultos que cargaban al Estado las escapadas con su amante. Economistas partidarios en público de la regeneración y en privado de las tarjetas black. Y políticos con fama de gestores que de gestores al final no tenían más que el "tres per cent".

Es natural saltar al ver estas hipocresías. Pero la hipocresía tiene, al menos, la decencia oblicua de saber que hay una virtud: quien oculta lo robado, sabe que eso de robar está muy mal. Ahora, sin embargo, hay una nueva ola de corruptos que ni siquiera disimulan: es el impudor de la pasta por la pasta, sea con los diezmos de las mascarillas, sea con la alta coartada de un deporte como el fútbol.

Al final, cierto, puede casi más el desengaño que la indignación: en materia de corrupción, nada sorprende ya, pero todo decepciona todavía. No haremos, pues, de Torquemadas. Pero a veces tienta exclamar, como el general Elío en un momento de desesperación, "ganas me dan de apuntarme a la otra mitad del género humano".

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